viernes, 14 de marzo de 2014

EL JARDÍN DEL ALPARGATE





Esta Plaza de Córdoba, en la Edad Media, se llamaba de los Olmos, por la abundancia de este tipo de árbol que había por su entorno y en la propia plaza. Posteriormente se fue llamando Plaza de los Padres de Gracia, Plaza del Corazón de María, Plaza de los Trinitarios, por estar allí ubicado en ella el convento de la citada orden. Actualmente se llama Plaza del Cristo de Gracia, pero sin dejar por conocidos o mencionados todos estos nombres, la mayoría de la gente del Barrio y de la misma Plaza la conocen como Plaza del JARDÍN DEL ALPARGATE.

Y es que el “Jardín del Alpargate”, significó mucho para la gente del barrio de San Lorenzo, era el limite natural entre lo que llamaban ciudad y el campo. En los años de necesidad, los del campo tenían el aceite, la harina, el tocino y el pan, y lo poco que daba el campo para comer; los de la ciudad sobre todo los del centro, tenían dineros para comprar estos alimentos. Los de San Lorenzo y en especial los del Jardín del Alpargate, al estar en medio, no tenían ni rentas, ni aceite, ni pan, ni nada para comer, solamente tenían el hambre, que flotaba en el ambiente. Se trataba de personas que de sencillas y populares que eran, algunas tenían fe ciega en “las tijeras, el plato y la sal” como rito para colocar en las mortajas de sus difuntos. Y para que la muerte no volviera a entrar en cualquier  casa, solían cerrar como señal de protección, una hoja de la puerta de la calle para indicar que allí, en esa casa,  ya había llantos y duelo por un difunto.   

Y digo de lo que llamaban “ciudad”, (De “Huevos Fritos” para arriba), porque San Lorenzo, era una parte de Córdoba, alejada de la Medina y en donde se daban todas “las faltas”, habidas y por haber. Había abundante analfabetismo, había falta de calificación profesional, por lo que tradicionalmente era un barrio potencial de muchos parados, y que por fuerzas tenían que dedicarse a las labores “furtivas del campo”, en cualquier recolección, labores de caza, u otros menesteres agrícolas. Hubo quizás más hambre que en otros sitios, porque así lo atestiguan los comentarios de los que esperaban cualquier descuido de las Huertas de los alrededores, para de esa forma poder coger cualquier cosa que fuera comestible y que hubiera sembrada. Por todas estas cosas, históricamente los habitantes de estos entornos, llevaron a cabo reiteradas revueltas y motines por el hambre, como el famoso motín del año de 1652. y que acabaron refugiándose en la Iglesia, ante la llegada de las fuerzas del orden, en estas labores de acogida se destacó el coadjutor D. Juan Palof, que siempre se identificó con los necesitados. Sus vecinos, sus parroquianos, a su muerte honraron la calle en donde vivió dándole el nombre de Juan Palo.

A falta de otras posibilidades, el Jardín del Alpargate, también era el lugar de “veraneo”, para aquellas gentes sencillas del barrio,  que no habían tocado en su vida el agua del mar o algo parecido. Era el lugar de veraneo para los chiquillos, pues allí se iban para jugar y corretear, ya por el jardín, ya por la “lonja” o incluso por los aledaños de la “redonda”. Muchas noches acudían allí familias enteras a tomar el fresco con el aliciente de tener la fuente de agua fresca muy cerca. Y la verdad es que la mayoría de las personas que por allí circulaban, en vez de utilizar “trajes de baño” calzaban las populares alpargatas.

Existen unos comentarios en la prensa de Ricardo de Montis, en la que decía: "Que se había proyectado un jardín que parecía un ALPARGATE". El Jardín fue inaugurado por el alcalde D. Juan Rodríguez Sánchez, en 1866.

Hay autores muy respetables que justifican este nombre del “AlPARGATE”, por el hecho de que aquí en esta plaza se “cambiaran las zapatillas” los hermanos nazarenos de la hermandad del “Esparraguero”. Pero para cualquiera que se haya criado en el barrio y conozca a sus gentes y sobre todo en aquellas épocas, ve que esta hipótesis es un tanto precipitada.

En primer lugar, porque los supuestos nazarenos del “Esparraguero”, gente popular en su mayoría, por la condición social que se daba en el barrio por aquellas épocas. (Principios del siglo XX), “No disponían de zapatillas ni alpargatas para cambiar”. Eran personas en la mayoría de los casos de calzado o zapatillas únicas y por lo general zapatillas de esparto.

Desde antiguo nos inquietó el origen de este popular nombre e hicimos nuestras indagaciones. Le hemos preguntado:  a los Ogallas, a los Maria, a los Vaquero,  a los “Sorna”, a los “Gatos”, a los Alcántara, a los Gavilán, a los Morales, a los Espejo, a los Lesmes,  a los Cuevas, a los Espinosa, a los Tienda, a  los Santa Cruz, a los Cañaveras, a los “Piruti”, a los Aljama, a los Córdoba, a los Castilla, a los Rodríguez, a los Manosalvas, a los Bueno, a los García, incluso un día le llegamos a preguntar a Carmen, la agradable mujer que tenía a su cargo el Water del servicio público, aquel que había después de la casa de los Gavilán y casi enfrente de la casa de los de La Rubia Villalba y de Aurora Jiménez. La mujer de los servicios nos contestó que ni ella ni sus gatos sabían el origen de aquel nombre.

Y siguiendo con el nombre del Alpargate, unos opinan que el nombre le viene porque en dicho Jardín, se concentraba habitualmente muchas personas que no tenían otro calzado que las alpargatas. También hay quien opinaba que el posible nombre se debía a que en las cunetas y en la cercanía del Jardín, había siempre muchas alpargatas rotas y abandonadas. Y finalmente la opinión de varios como los Alcántara, que nos dicen,  que cuando surgió la alpargata con suela de goma, (principios años 20), se puso en medio del Jardín un anuncio con el retrato de una enorme alpargata con su suela de goma, que al estar sola, la gente sencilla le llamaban en singular: “El anuncio del Alpargate”, y de ahí pudo venir el nombre al Jardín.


LA PUERTA DE PLASENCIA

Fue una puerta situada en la parte este del recinto amurallado que protegía a Córdoba, en la actual zona del Jardín del Alpargate. Fue construida en el siglo XII, pasando a ser una de las principales puertas tras la conquista cristiana y hasta el siglo XVI, que fue relegada de su importancia por la Puerta de Alcolea o Puerta Nueva. En 1879, fue definitivamente derribada.

La puerta de Plasencia tuvo un tiempo la importancia que después adquirió la Nueva o de Alcolea. Por esta puerta entró por segunda vez el rey Fernando III el Santo, Alfonso el Sabio, Sancho el Bravo, Alfonso XI, Enrique II y Enrique IV, Los reyes católicos, El rey de Navarra, y bastantes más personajes notables que visitaron Córdoba, antes de la llegada de Felipe II.

La Virgen de Linares, entró siempre por esta puerta del Jardín del Alpargate.

En una ocasión año 1479, la representación oficial de la ciudad esperaba a Fernando el Católico, en la puerta de Plasencia y resulta que luego entró por la Puerta del Rincón.

Precisamente en el año 1951, ya en verano, dejaron consolidada la artística fuente que habían traído desde la plaza de Puerta Nueva. El traslado de esta fuente fue un proyecto del arquitecto municipal D. Victor Escribano Ucelay, que, asimismo, fue el que diseñó la fuente de la Cuesta del Bailio, realizada por los Talleres García Rueda.

El traslado de la fuente de Puerta Nueva, fue aprobado en Consejo Capitular de 1950. El trabajo delicado de “desmontar y montar de nuevo” se lo encargó a los acreditados Talleres García Rueda de Puerta Nueva. Precisamente y mientras nos tomábamos un café en el SEIS de Puerta Nueva, Rafael García, el mayor de los hermanos, nos decía lo siguiente en el año 2001:

 “Como profesionales, no tuvimos más remedio que hacer el trabajo, pero como vecinos de Puerta Nueva, nos dolió en el alma, que una de las Fuentes más bonitas que posiblemente había en Andalucía, la quitaran de nuestra Plaza de Puerta Nueva.” 

Este lamento también se lo comentó a Ángel Ogallas, por la amistad que tenían, en algún momento del trabajo, ya que fueron compañeros en el Colegio Salesiano, junto a José Lujan. Eran los tiempos del salesiano D. Antonio Sotomayor.

En un principio esta fuente la colocaron casi pegando a la carretera, posiblemente en la vertical en donde hoy está el Triunfo de San Rafael, tal es así, que Gustavo Fuentes, que fue el primer guardia de circulación que pusieron en esa zona, muchas veces se tenía que refugiar detrás de la fuente, porque más que vehículos,  era “ganado de carne” el que cruzaba para el Matadero municipal por el camino de la “Redonda”.

Precisamente en los años setenta del siglo pasado, fue un día en Córdoba de grandes vendavales, que además de producir desperfectos importantes en la ciudad, derribó un enorme pino que había en el jardín, además de un brazo de los tres que coronaban el enorme plátano oriental.

El pino, fue retirado y quitado de en medio, y se dio la circunstancia que muchos antiguos vecinos del barrio, se llegaron por aquí para ver el pino caído. El tronco que perdió el plátano oriental, fue suplido con un relleno de grava y cemento, que lo realizó por su cuenta, Antonio “El Cerote” cuñado de Arturo Morales “El travieso”. Desde entonces, dicho árbol se empezó a recuperar y volvió a coger su esplendor. Todavía se puede apreciar el agujero taponado en el tronco.

Y hablando de los Talleres García Rueda, tenemos que decir que fueron  unos acreditados profesionales, autores de importantes trabajos, entre los cuales se encuentran:

La fuente de la cuesta del Bailío, la reparación de la fuente de la Piedra Escrita, varias reparaciones del Corazón de Jesús de las Ermitas, la fuente de los patios de San Francisco, restauración de los monumentos a Manolete, restauración de los distintos Triunfos a San Rafael en Córdoba, el monumento a Matías Prast, y muchos trabajos más en la Mezquita-Catedral de Córdoba,  y en distintos lugares fuera de Córdoba. Pero quizás el trabajo más singular que hicieron fue en el año 1976. Los responsables de la Alhambra de Granada, les encargaron la ejecución de varios leones en mármol blanco de Murcia, para sustituir a los originales que había en el famoso Patio de los Leones mientras los restauraban. Al final este proyecto no prosperó y sólo se llegó a realizar un león, que actualmente se encuentra en los bajos del Palacio de Carlos V.  La restauración de los 12 leones del famoso Patio, se llevó a cabo con otro criterio de restauración por lo que no se llegó a utilizar el “león réplica” de los hermanos García Rueda.

Como auténticos artistas de la piedra, esa pena, siempre la tuvieron dichos hermanos, especialmente, Rafael, que era el mayor.

También el alcalde, D. Antonio Cruz Conde, pidió a estos hermanos que con el oportuno asesoramiento de D. Francisco Cruzado Moro, experto en mosaicos del Ministerio de Educación Nacional, llevaran a cabo el traslado y la restauración de los mosaicos aparecidos en los bajos de la Corredera, cerca del Arco Bajo, y con ellos decorasen el gran salón del reino del Alcázar de los Reyes Cristianos, salón, que desde entonces pasó a llamarse el “Salón de Mosaicos”. (1958).  Y es donde se celebran muchas bodas civiles de la Capital.

Rafael García Rueda, era también un enamorado de la Alhambra de Granada y fue él, el que nos comentó que el famoso Patio de los Leones, tenía una superficie de 528 metros cuadrados y que los árabes lo cogieron como referencia de una medida de superficie agraria, EL MARJAL, muy usada en la zona rural de Granada y algunos lugares de Murcia.

Los tres hermanos murieron relativamente jóvenes y se llevaron muy poco entre si. Los últimos trabajos que hicieron para la Mezquita-Catedral, fueron dos celosías de mármol que están colocadas en el Museo de San Clemente y un recordatorio de la visita de Juan XXIII, cuando en 1957, y siendo Nuncio apostólico en París, visitó la Catedral, a la vuelta de su viaje de despedida por el norte de África. Aún queda un recuerdo de esta visita a Córdoba, en Casa Pepe de la Judería, en donde hizo parada para comer.

Y siguiendo con la fuente diremos que con motivo del diseño de la Avenida de Barcelona, a finales de los años sesenta del pasado siglo XX, la fuente fue “retranqueada” más para el centro de la Plaza y se ubicó “detrás del plátano oriental”, incluso se colocó sobre una base plataforma.  En el lugar que dejó la fuente se colocó un triunfo a San Rafael, que lo habían traído de la antigua fachada del Ayuntamiento  y lo colocaron sobre un pilar basamento.

Ya, para esa época se quitó del centro de la Plaza, un poste metálico de fundición, con pintura en color verde y cinco artísticos brazos, que cada uno tenía un farol. Al final este poste artístico, hubo que eliminarlo, pues aparte de que alumbraba poco, cuando llovía le daba la corriente a todo el que lo tocaba.


EL CONVENTO DE LOS TRINITARIOS

En el año 1607, San Juan Bautista de la Concepción, reformador de la Orden de los trinitarios, pidió y obtuvo licencia real con la intersección del Duque de Lerma, ante el Obispo de Córdoba y el Corregidor Don Diego López de Zúñiga. El 30 de Mayo del mismo año, el Cabildo de la Ciudad concede la licencia para la fundación de un convento de trinitarios descalzos. Posteriormente el Obispo, el día 7 de junio, autorizó que tomaran posesión de una antigua y pequeña morada junto a la ermita de Nuestra Señora de Gracia, que estaba a las afueras del barrio de San Lorenzo. El primer superior de esta comunidad fue Fray Antonio del Espíritu Santo.

Los Trinitarios se instalaban en un convento en las afueras del barrio de San Lorenzo, que por lo popular y pobreza del barrio, pocas perspectivas de limosnas se aventuraban, hasta el punto que los propios frailes agustinos de San Agustín, se opusieron a la creación de este convento, pues interpretaban que no habría “limosnas para todos”. Al final el corregidor don Diego López de Zúñiga, convocó a los trinitarios y a los agustinos, y se impuso la sensatez, pues la llegada de los trinitarios al barrio supuso un incremento de la recogida de limosnas y donaciones para todos.

El segundo superior del convento fue San Juan Bautista de la Concepción, que fue elegido en 1610, pero pronto tuvo que abandonar el cargo a causa de la tarea de realizar nuevas fundaciones.

Una estatua de San Juan Bautista de la Concepción, en actitud yacente, se encuentra en la Capilla del Esparraguero.

En el interior del convento existe un cuadro de San Juan Bautista, que fue pintado por Miguel del Moral, y las manos en posición orante del santo, son las manos de Pablo García Baena, este detalle no lo comentó el Padre Manuel Fuentes, trinitario ejemplar y singular que fue el que impulsó toda la labor parroquial, cuando en el año 1969, el Obispo Infantes Florido, convirtió la Iglesia del convento en La Parroquia de Nuestra Señora de Gracia..

De esta forma los trinitarios que fueron exclaustrados en 1835, de forma vejatoria, y que pudieron volver en 1903. Desde 1969, llevan con total esmero la labor parroquial de Nuestra Señora de Gracia, que fue segregada de la parroquia de San Lorenzo.

Personas que ayudaron en esta inicial etapa, fueron Rafael Caballano, Antonio Ruiz, Juan García, Antonio Carreras, José Quiles, Rafael Doblades, Enrique Rosales, Antonio Mesa y el popular Juan “Pelitos”. Este tabernero, colaboró mucho en las labores de la parroquia, e incluso en su establecimiento “BAR CASA PELITOS", puso unos menús con precios para todos los bolsillos a instancia de los Trinitarios, especialmente el Padre Manuel Fuentes, con el que le unía una gran amistad.  La taberna “Casa Pelitos”, se hizo famosa en Córdoba por su especialidad de pollos al ajillo, y los bocadillos de calamares. Era típico de los soldados de Lepanto que llegaban a su casa y pedían UN COMPLETO, que era un plato popular que tenía a muy bajo costo. Esto ocurrió durante los años sesenta y setenta del pasado siglo XX.

Hay que recordar aquí que D. Rafael Caballano, el abuelo materno del actual gerente de la Librería Monte Sión, vecino siempre del barrio, fue fundador y colaborador de la Orden Tercera. Además siempre estuvo muy identificado con todo lo que significó la labor Trinitaria en la Iglesia. Una vez que en aquella República de 1931, empezaron a llegar los incidentes incontrolados de “anticlericalismo”. Él, con la debida autorización de los frailes, se llevó a su casa y alojó la vitrina que contenía las reliquias del entonces Beato Juan Bautista de la Concepción, en una disimulada alacena con todo el respecto del mundo. Por esa actitud y otras que tuvo durante la guerra civil de protección de las cosas sagradas para los cristianos, fue finalmente el Obispo de la Diócesis, el que aprobó que éste hombre defensor al ultranza de todo lo que significó el espíritu del Trinitario, pudiera ser enterrado en la cripta de la Orden, debajo del Cristo de Gracia.

En aquellos años 1950-1960, acudíamos muchos jóvenes a la Iglesia de los trinitarios, para recibir el sacramento de la penitencia. A pesar de que se ponían en el confesionario varios frailes, muchas veces se nos hacía tarde, hasta el punto que llegaban las oraciones del coro, en donde se oían a los novicios, sus cantos de SANTO, SANTO, SEÑOR DE LOS EJÉRCITOS,………., el escuchar estas oraciones nos indicaba la abundancia de novicios que había en el convento. Pero no fue con sus rezos, con lo quedamos sorprendidos con estos novicios, sino por la fuerza y la eficacia con que jugaban al fútbol, como demostraron en el año 1956, en un partido que disputaron en el patio central del Colegio Salesiano, contra una selección de la parroquia que formó D. Juan Novo, párroco que llevaba poco tiempo en San Lorenzo. Los Trujillo, los Cantillos, los Basilio, los Torres, los Pano, los Rivas, los Jiménez, los Luque, los García, e incluso el mismo cura que jugó de delantero centro, sufrieron una tremenda “paliza” pues los novicios ganaron el partido 6 a 1, y era sorprendente contemplar como jugaban aquellos diablos al fútbol con el hábito arremangado.

Era la época de frailes como el padre Alejo, el padre Nicolás, el Padre Francisco, el padre José Altera, el padre Bonifacio, el Hermano Leoncio, el padre Gabriel de la Dolorosa. Este último, el padre Gabriel, todas las mañanas muy temprano acudía invariablemente para decir misa a las hermanitas de los pobres de Capuchinos. Eran los tiempos en que los frailes trinitarios llevaban  un corte de pelo que habían heredado desde la Edad Media, luciendo en su cabeza un gran cerco que, a manera de gran tonsura, dejaba buena parte de su cráneo pelado. Daba miedo contemplar en invierno la cabeza del padre Gabriel, con su “corona” en la cabeza y sus pies sangrando por el frío de los sabañones asomando por aquellas gastadas sandalias.

Pero también es justo destacar a los hermanos legos, Fernando y Leoncio, uno que con todo su carácter serio (era vasco), parecía que se iba a comer el mundo, pero tenía ese don de los trinitarios que lo daban todo. Estuvo durante muchos años en aquel puesto de verduras que daba a San Juan de Palomares, cerca del Patio de Josefita. Luego tenemos al hermano Leoncio, al cargo de la cocina, en donde se empleaban varias mujeres, pero que entre todas ellas destacaba “La Prudencia” mujer del Juan el que alquilaba los triciclos en el Jardín. Esta Prudencia, destacaba más que por saber guisar, posiblemente por ser una de las primeras mujeres que en Córdoba, montó en bicicleta, siendo además una adelantada en utilizar el pantalón de su marido, como su propia prenda femenina.

Antigua fuente del Jardín del Alpargate de 1866

Cuando en 1866, se diseña y levanta el Jardín del Alpargate, se situó por delante del Plátano Oriental, o para muchos “el madroño verde”, una fuente muy discreta de dos caños, que sirvió para dar agua al barrio, a los caminantes e incluso al ganado que pasaba para el matadero municipal. 

Pero en el Jardín, había un casetón junto a la antigua fuente y que la gente habitual del barrio, le llamaban “El Confesionario”. En realidad era la caseta de un control de Fielato que en aquellos tiempos estaba a cargo de un tal señor Marcelino Pérez, que estaba casado con Paquita Gavilán. El “casetón” era tan grande que como confesionario cabían todos los pecados del Jardín.

Tenemos que añadir como cosa simpática y casual, que las hermanas de Marcelino Pérez, tuvieron una estrecha relación con la Carpintería PERICET, en el Campo de la Merced. Y allí precisamente era donde guardaban la “charpa juvenil” de Manolete, el “carro-toro” para sus juegos taurinos que tenían lugar debajo del Viaducto del Pretorio. El líder de aquella “charpa”, era Manuel Rodríguez “Palitos”, primo de Manolete, y es el que “mandaba” en el grupo.  Antonio González, que fue empleado del banco Santander y gran amigo personal de “Manolete”, nos comentó un día en la Residencia de Jesús Nazareno, donde estaba ingresado con su esposa:

“El torero Manolete, era tan bueno y tan noble, que en aquellos juegos relacionados con nuestra gran afición al toro, era él, el que casi siempre iba detrás empujando el “carro toro”. Luego el tiempo nos demostraría a todos, que el único que llegó a ser torero y de forma grandiosa fue precisamente él.”

Hablando de “confesionario” tenemos que decir que por aquellos tiempos,  y como ya hemos dicho, muchos chavales de nuestra época y por consejos de nuestras madres, acudíamos al Convento de los Trinitarios para confesarnos.  Igualmente podíamos decir de aquella vieja fuente, que también se solía utilizar  a modo de “confesionario-terapia”, para muchas personas, que disgustadas, por peleas normalmente domésticas, se sentaban junto a ella, esperando que se les pasara el enfado o el mal rato.

Era normal a mediados el siglo XX, que en todas las casas hubiera discusiones entre vecinos y que solían resolverse dándole la razón al que más voces pegaba. En cambio, dentro de las mismas familias, había discusiones entre “nuera y suegra” y “maridos y mujeres”, que eran en la mayoría de los casos por problemas de carestía o supuestas incomprensiones. Lógicamente estas discusiones se quedaban dentro de la vivienda para no darles publicidad a los vecinos. Pero el enfado existía y muchas veces era bastante gordo. Más de una vez, la mujer de la casa, lógicamente con un gran enfado “se marchaba” pero no muy lejos. Solía irse al Jardín y sentarse junto a la fuente, y esperar la “terapia” del charloteo de unas y otras vecinas, que ocasionalmente aparecían por allí, para abastecerse de agua para la casa. De esta manera se entablaban las conversaciones. El charlar y la posibilidad de desahogarse, recabando la comprensión de la que escuchaba, les hacía muy bien a estas personas que eran victimas de estos enfados monumentales. Al final y pasado el tiempo, solían volver de nuevo a casa con una de las últimas con las que habían charlado.


La Calle Álvaro Paulo

Al hablar de la Puerta de Plasencia, mencionar el Jardín del Alpargate, y recordar el convento de los Trinitarios, no podemos dejar en el olvido, a la Calle  Álvaro Paulo. Si en algún sitio hemos indicado, que el “alcalde del Jardín” era Enriquito Ogallas, el “alcalde” de la zona de Álvaro Paulo, era Rafael García “El chocherías”,  personaje alto  y muy representativo de la cultura de aquella época. Estaba en todas las procesiones de María Auxiliadora y con frecuencia asistía a los quinarios del Cristo del Calvario. Era además, un hombre presto a dar el  consejo para quien se lo pidiera. El patio del Colegio Salesiano, fue su segunda casa, de lo que se sentía muy orgulloso. La gente de la Calle lo respetaba, tal era el caso de los Arévalo, los García Millán, los Lucena, los Manosalvas, los García, los Blanco, Los Villalba, los de la Rubia, los Pulgarín, etc. etc. Hasta Doña Antonia Moreno, la maestra del Colegio Público del Marrubial, le reconocía sus derechos de “alcalde”.

Al principio de la calle hubo una fábrica de gaseosas, que se llamó GASEOSAS EL MARRUBIAL, y que por desgracia tuvo lugar en ella un desgraciado accidente, donde al destapar y limpiar un pozo, falleció un albañil de la “saga” de los Almedina, de la Calle Escañuela, siendo además pariente político de los “Serios” guardias civiles, que vivían en la Calle Roelas, vecinos de Juan Calero Cantarero, el que costeó la imagen de la Virgen de la Paz, la “Reina de Capuchinos”. (1939), y por la que pagó al escultor Juan Martines Cerrillo, la cantidad de  MIL PESETAS. Antes de morir Juan Calero, regularizó ante notario la donación de la Virgen a la Hermandad.

Las casas que formaron esta calle, fueron construidas por el Obispo D. Adolfo Pérez Muñoz, (1924), el cual puso al frente de la constructora “LA SOLARIEGA”, a D. José Manuel Gallegos Rocafull, un canónigo, sumamente preparado y con un gran sentido social. A la par que estas casas, se construyeron otras iguales en San Cayetano y en Campo Madre de Dios, por detrás de lo que hoy es el cuartel de la policía nacional. Total 99 viviendas en casas individuales. D. José Manuel Gallegos, se exilió a Méjico (1939), después de la guerra civil y a pesar de que sus superiores le invitaron a volver en reiteradas ocasiones, no lo hizo. Sabemos por palabras de su albacea testamentario, Licenciado Jorge Palacios Treviño, que en 1963, acababa de renovar su pasaporte con intención de volver a España, estando en esta intención y trámites le sorprendió la muerte, cuando impartía una clase en la Universidad del Estado de Jalisco.

Como detalle simpático tenemos que decir que en aquellos tiempos, finales de los sesenta del pasado siglo, el que fuera alcalde de Córdoba, Julio Anguita, vino por aquí de joven, a estas casas, para dar clase a una determinada señorita, al final resultó, que profesor y alumna se hicieron novios. No duró mucho aquella relación, pero lo mencionamos para dar fe de lo que pasó.

Y hablando de dar clases estaba el “Colegio del Marrubial”, un Colegio que estaba en la misma esquina en donde hoy se encuentra el Bar Época. Estaba protegido por una serie de espléndidas Moredas, que eran la ilusión de los “chiquillos” cuando llegaba le época de los gusanos de seda. Era una unidad de dos clases, una arriba y otra abajo, y estaban atendidas por doña Antonia Moreno y doña Matilde y muchas veces hacía de sustituta doña Ana Requena, que era hija del dueño de la bodeguita “Lagares Montillanos”, que había  enfrente de los Juzgados cerca de los patios de San Francisco. Por este Colegio que era de niñas, pasaron todas las jóvenes del barrio y zonas colindantes. Las hermanas María, las Arévalo, las Villalba, las Lucena, las de la Rubia, las Roldán, las Quiles, la Castilla, la “Maleni”, las García, las Gavilán, las Alonso, la Serna, las Santacruz, las Morales, las Muñoz, las López, las Espinosa, las Pérez, las Merina, las Cuevas, etc. etc. El Colegio contaba hasta con comedor para aquellas niñas que lo necesitaran. El comedor y la cocina, eran atendidos por la eficaz y entusiasta Conchi.


“Manolo el Sorna”

Personaje singular y único. Aunque vivía en la Calle el Agua, siempre se consideró personaje del Jardín.…Hablamos de Manolo el Sorna”, el hijo mayor, que era fiel reflejo por muchas cosas del padre. Quizás lo único que no llevaba era el palillo en la boca como su progenitor, pero la cara, el gesto permanente de pena, e incluso el algodón en la oreja, eran su fiel reflejo. Pedía siempre más clemencia que el propio padre. Comentaba con cierta gracia cómo en una ocasión el sastre del barrio, “Bimbela”, le hizo un traje y le sacó un pernil más corto que otro. Por la prisa de la ceremonia a la que iba no tuvo tiempo de devolverlo para su arreglo… Ni otra ropa que ponerse.

De acuerdo con el sastre, y con un bastón en la mano, se pasó toda la boda cojeando para disimular la diferencia del pernil. Así era “Manolo Sorna”, y no habrá un sitio en Córdoba, en donde no hayan caído lágrimas de pena de este hombre, que decía poco más o menos que: “Trabajar es perder el tiempo en un sitio, cuando a lo mejor estás perdiendo otras oportunidades”.

Aún así trabajó en multitud de empleos y conoció a muchos patronos pasajeros. Pero desgraciadamente su historial laboral, dio pocos quebraderos a ninguna administración, ya que daba la impresión de que estaba en un Ere permanente.

A este buen hombre, ocurrente como pocos, se le considera el autor de la  famosa Ley de Prevención de Riesgos Laborales, y es que en aquellos tiempos, años 60 y 70 del siglo XX, el tenía ya una Ley de Oro, que más o menos decía: “Para evitar Riesgos, hay que trabajar poco y madrugar menos”. No obstante, él era muy previsor y llevaba siempre la cuchara encima.


Rafalito “El boticario”

Aunque la farmacia la tenía en la Calle María Auxiliadora, en la que hoy es casa de los Genaros, tenemos que citar aquí a Rafael Casas, como el “mancebo” de la Farmacia de Villegas que abastecía a todo el Jardín del Alpargate.

Rafalito, fue un hombre de manga “larga” y palabras “para todo”, por lo que era una persona singular en el barrio. Para muchos, era como el médico más próximo que se encontraba en aquellas épocas. Y también hay que decirlo solucionaba muchos problemas, de pequeños “padecimientos” a la gente sencilla del Jardín.

Otra cosa, es cuando se juntaba con su amigo D. José el “practicante”, que poco menos le averiguaban la vida a todo el que pasara por la puerta, además de “otras cosas”.

Había veces que discutía hasta las medicinas que mandaban los médicos. Al principio de los años sesenta del pasado siglo, se puso de moda el “Pelargón” y rara era la madre que no se sacrificaba y les compraba a sus hijos esa leche materna. Pero he aquí, que su hijo Rafalín empezó por aquellos años a representar otro tipo de leche y él lógicamente era la que quería vender.

Entonces empezó a decir que el “Pelargón” era una leche cabezona, y con ello espantaba a las madres hacía la leche que vendía su hijo. Llegado el caso, citaba hasta ejemplos de hijos “cabezones” por haber tomado “Pelargón”.

No todo el mundo lo tomaba así y llegaban a creer que esa leche era poco menos que “clasista” y que se la vendía al que el quería. Enterado de ello, Manolo Montulía, se presentó un día en la farmacia y se encaró con él, entonces él, con todo el desparpajo del mundo le dijo: “Que quieres que con esa leche a tus hijos se le ponga la cabeza que no les cojan ni en tu furgón”. Esto convenció a Manolo y le compró la leche que comercializaba su hijo.

Más de una vez tuvo que resolver problemas de gente que confundía las pomadas y los medicamentos. En una ocasión se le presentó la “Garrota”, con los brazos que apenas podía moverlos, y es que a consecuencia de no saber leer, en vez de untarse pomada para los golondrinos, se había untado “pegamento y medio”, y tenía toda la pelambrera del sobaco, echa una calamidad y sufrimiento.


La Confitería La Mosca de oro”

Era lógica la buena relación entre los “Morales” y “Los Espejo” de esta forma Arturo Morales y Rafael Espejo, prácticamente de la misma edad, coincidieron en muchas aventuras juveniles. Sus trayectorias profesionales, le llevó a cada uno por distintos caminos. Rafael Espejo, fue un destacado profesor de talleres en la Universidad Laboral y Arturo Morales, fue un gran profesional en la Electro Mecánicas.

Pero hablando de sus aventuras juveniles, y en aquella Córdoba, falta de todo, una de ellas era recolectar “suelas de alpargatas” y venderlas en Pedro Rojas. Cuando tenían dinero suficiente, solían ir de forma ceremoniosa, a una confitería que había en la Calle Alfonso XIII, y que fue inaugurada en 1922. Se llamaba “La Confitería de la Mosca de Oro”. Allí, al parecer y en lo alto del mostrador ponían unas bandejas de pequeños cortadillos de cidra y que los clientes habituales se comían en la cantidad que les parecía y luego los pagaban. Pero ellos que siempre andaban escasos y justos de dineros, solían disfrutar y coger dos o tres cortadillos, y ante la pregunta ¿Cuántos han sido?, Ellos invariablemente decían, han sido dos, uno cada uno. Tuvieron suerte de que nunca les cogieron en el renuncio.


EL  Zapatero del Jardín

A mediados del siglo XX, por nuestros barrios populares como hemos dicho, todavía quedaban algunos portales de zapateros, así podemos citar que en los años 1950, teníamos un zapatero en el JARDIN DEL ALPARGATE, llamado Francisco Morales Muñoz, este hombre venía del campo de las minas. Nació en el 1888, en Cerro Muriano y de joven trabajó en las Minas de Cobre de esa localidad. Cuando contaba 24 años, formando parte de una cuadrilla de 5 hombres y cuando transitaban para acceder al pozo San Rafael, fueron sorprendidos por una enorme explosión al parecer motivada por el cigarrillo de uno de los del grupo, que de forma descuidada pasó por
 la Santa Bárbara y provocó la explosión. Murieron sus cuatro compañeros y él salió proyectado hacia el interior del pozo, quedando cogido en unos salientes de viga y que al quedar suspendido por la pierna, ésta por el peso del cuerpo, quedó prácticamente amputada en el acto. Desnudo totalmente como quedó después de la explosión, lo recuperaron y fue trasladado al hospital de Agudos en donde le atendieron. Salió del hospital con una pierna menos y su muleta.

Fue indemnizado con 1500 pesetas, con lo que compró una “piara de cabras” y se dedicó a pastorearlas por el campo de Cerro Muriano, muy cerca de donde dicen que se obtuvo la foto de Robert Capa, denominada “La muerte del Miliciano”.

Con 28 años conoció a Francisca Contreras, con la que se casó y tuvo nueve hijos. Ya casado se colocó en la Azucarera de Villarrubia, (Córdoba), con el encargo de “aguador”. A pesar de que andaba con una muleta, caminaba con el cántaro al hombro con cierta soltura. Dada su enorme dificultad en la pierna, optó por aprender el oficio de zapatero, para lo que empezó “enderezando puntillas” en la Corredera, que por aquellos tiempos, se consideraba como la “Universidad del Oficio”, pues había un maestro zapatero en cada arco de la plaza.

Con el oficio aprendido se instaló en el Jardín del Alpargate, muy cerca de su casa, y al lado del taller de mármoles de Natividad Cortés. Su taller era como una estafeta y llegó a considerarse la agencia Efe del barrio. Por allí pasaban, “El Mora”, “El Sorna”, “El Negro”, “El Cuevas·, “El Tarugo”, “El Tormenta” y como no, los “Gatos”. Ellos lo ponían al corriente de todo lo que pasaba. Este zapatero murió en el año 1961, pocos días antes de la boda de su hijo Arturo.



El Jardín y la Laboral

En el Jardín del Alpargate, los camiones de Francisco Vaquero, recogían diariamente a los trabajadores de la construcción que trabajaban en la obra de la Universidad Laboral. Dicha obra la realizó la empresa Agromán, y dispuso que a los trabajadores inicialmente se recogieran en el Jardín. Los trabajadores iban de pie, agarrados a unas barras horizontales que cruzaban el techo del camión a modo de asideros. Allí no había uniformes, ni trajes de faena, en  realidad los trabajadores iban con ropas multicolores y cada uno vestía como quería. Iban, hay que decirlo, como hacinados unos junto a otros. La edad media de estos trabajadores estaba entre los 20 y 35 años. Eran cinco unos cinco los camiones que salían del jardín.

También los camiones de Francisco Vaquero, que vivía en el Jardín, por encima de Casa Ogallas, y al lado del barbero Paco Alcalde (Cojo-Palanca), tuvieron a su cargo el traslado de todo el cemento y todos los hierros que se necesitaron en la obra de la Universidad Laboral.

Por otra parte tenemos que decir que toda la arena y grava que se necesitó para la Universidad Laboral, salieron del Río Guadalquivir, de la cantera del Arenal, y que Rafael Lesmes Jaén “El Negro”, vecino del Jardín del Alpargate, en compañía de unos cuatrocientos trabajadores más, llenaron a golpe de pala, los camiones que diariamente la transportaban.

Este trabajo fue cosa de 23 meses, de lunes a sábado, para lo que se cargaron unos 70 camiones diarios, de un tamaño medio de seis metros cúbicos. La cantera de arena era de tres propietarios, siendo el padre de Rafael Lesmes, vecino de la calle los Ciegos, uno de ellos. Aquella obra supuso unos 700 millones de paladas, bien de arena o grava, en cuanto a cargas de camión se refiere. Mientras que preparando y arrancando material de la cantera debió suponer unos 300 millones de paladas.


El “Albondigón”

Enrique Ogallas, siempre tuvo muy buena relación con los Cruz Conde, fue precisamente don Rafael Cruz Conde, quien sería más tarde alcalde de Córdoba,  el que le propuso que se viniera al Jardín, para regentar una taberna que era propiedad de ellos.

Enrique Ogallas, se vino al barrio de soltero y allí en la casa de los Gavilán, conocería a la que seria su esposa, Antonia Gavilán. Padrino de su boda fue don Rafael Cruz Conde, celebrándose ésta en la Iglesia de San Lorenzo.

Luego sus hijos Rafael y Enrique, que se casaron el mismo día, fueron apadrinados por don Alfonso Cruz Conde, que también llegó a ser alcalde de Córdoba. Siendo alcalde anuló (1949), el titulo de “hijo maldito”, que pesaba sobre a D. Antonio Jaén Morente, por una supuesta actuación suya durante la guerra civil. También D. Alfonso Cruz Conde, fue el presidente del Córdoba Club de Fútbol, que arrancó en el año 1954, y al que popularmente llamaron “El Madrid Chiquito”.

D. Antonio Cruz Conde, cuando sucedió a su hermano Alfonso en la Alcaldía, intentó ajardinar muchas zonas de Córdoba, entre ellas las murallas de la Ronda del Marrubial, precisamente en la zona en donde estaba la casa del Soria, que trabajaba en telefónica y practicaba el culturismo. Las zonas ajardinadas las protegió con alambradas.

La Taberna Ogallas, formó siempre parte de la fisonomía del Jardín. Como Taberna, se inauguró el día 2 de febrero del año 1922, precisamente el día de la Candelaria, fiesta en que la gente popular de estos contornos, solían ir de “Merendilla” al Arroyo de Pedroches, a la Fuente del Rey, a la Fuente el Majano y hasta incluso la Fuente de la Palomera. Eran lugares que se visitaban en este día.

Quizás los más aventurados, incluso visitaban las “Cuevas” situadas enfrente de la Huerta de Don Marcos, y que algunos las relacionan con las que se citan en la obra de Polifemo y Galatea, obra, que el célebre Luís de Góngora, escribió durante su estancia en esta Huerta. Sea esto cierto o no, lo que si es verdad, es que el simpático “Marchena el de la arena”, venía a estas Cuevas y rascando las paredes, obtenía el polvillo amarillo que luego vendía por las calles como “arena” para limpiar el aluminio. Todavía se pueden ver estas Cuevas a la derecha del Puente de Hierro, conforme se va para la Fuente de Palomera.

Con todo este trasiego de personas y gente del barrio, el debut de la Taberna de Ogallas, se saldó aquel día con una caja de 20 reales y algo que seguramente dejaría a deber “El Sorna padre”.  A este simpático personaje, le concedía la duda del crédito, porque además de que le unía una gran amistad, llegó a ser su padrino de boda, cuando se casó con la singular “Quica”.

Al hacerse cargo de la taberna su hijo Ángel y aprovechando que su mujer era una excepcional cocinera, entre sus variadas tapas, puso una que se hizo célebre porque era un plato único, consistente en una enorme albóndiga, a la que se pasó a llamar “EL ALBONDIGÓN”.

Precisamente queremos mencionar aquí a una clienta fija que tenía para este tipo de tapa, que no era otra que Mercedes, la mujer del “Cojo Miguel”, aquel que tenía el puesto de arropías en la puerta del Cine Delicias, y que, o estaba leyendo novelas del Oeste, o estaba vendiendo coca colas en el fútbol o los toros. No cabe duda de que se trataba de un trabajador incansable, pero también era verdad que se gastaba “menos que un rincón” y según decía la mujer lo único que comía ella caliente era aquel “Albondigón” que medio a escondidas se comía todos los días en la taberna.

Este bar, estaba decorado a todo el largo del mostrador con “fotografías” de artistas del cine de la época. Cuando estrenaron la “Túnica Sagrada” casi todos fuimos a ver la “foto” de Víctor Mature, que era el héroe de la película y que estaba muy cerca de la máquina del Café, que era de la marca FAEMA, precisamente el nombre del equipo ciclista del singular Miguel Poblet.

El último camarero que tuvo esta taberna fue Francisco Fortea, de Palma del Río, que muchas mañanas se sentaba en la Plaza de Juan Bernier, antiguo Convento de Santa María de Gracia, y que según decía él, meditaba. Hay que decir que antes que existiera el Convento, había en esta zona unas casas que fueron propiedad de don Pedro de Cárdenas  y que alrededor del año 1482, tuvieron de inquilino nada más y nada menos que a Gonzalo Fernández de Córdoba, “El Gran Capitán” que pagó Mil MARAVEDIS por el alquiler de un año.


El Estanco del jardín

En el Jardín del Alpargate, había de todo, incluso hubo hasta un estanco que en un principio estuvo regentado por la “saga” de los Alcántara, familia muy afincada en la plaza. Después de la guerra, se hizo cargo de este estanco el mismo Enrique Ogallas y luego volvió otra vez a  manos de los Alcántara, que lo arrendaron a un familiar de una muchacha, Conchi Murillo, que fue la que estaba de dependienta.

Eran los tiempos de las colas, el racionamiento y las “sacas” de los Ideales, los cigarros de Hebra, los Caldo Gallina y los cuarterones “verdes”, que era el tabaco que fumaba la mayoría de la gente del barrio, pues aquí casi todo el mundo se liaba sus cigarrillos y en vez de paquete todo el mundo llevaba su “petaca”. El papel “Bambú” se consumía tanto como el tabaco. Todo era a base de cerillas y mecheros de yesca. Había un personaje llamado “El fiambre” que tenía una habilidad especial para liar el cigarrillo, ya que incluso, a veces, lo liaba hasta con una sola mano, como ya se veía en algunas películas del Oeste. El único tabaco especial fuera de los citados, era una marca que se denominaba “Ganador” y que era de los más caros. La tropa y el cuartel en general eran los principales clientes de este estanco, pues incluso el capitulo de postales, sellos de correos y cartas, era algo importante.

Durante algún tiempo los soldados y la gente popular del barrio compraban “bajo cuerda” cigarros de la marca “El Gorrión”,  que vendía Miguel Martínez “El cojo” del Cine Delicias, y que eran cigarrillos fabricados por el inquieto y emprendedor empresario Paco Saván, en su “fabrica” de Santa María de Gracia. El amigo Pepe Fernández, que fuera eficaz encargado de los ALMACENES MONCAR, trabajó en esta fábrica de cigarrillos el “Gorrión”.

También en la Calle Buenos Vinos, en una casa huerto que con el tiempo llegó a ser adquirida por el barbero Francisco Alcalde, “El Cojo Palanca”, había un taller de herrería, al que denominaban “El Tazón” y en donde los tirafondos que fijaban las traviesas de las vías de RENFE, se “forjaban” para hacer entre otras cosas “ganchos” para sostener las canales de los tejados. También el mismo herrero solía vender un tabaco de pasta-picadura, popularmente llamada el “CUBANITO”, que al igual que los tirafondos, venían del “Depósito de la Estación de Ferrocarriles”, camuflados en aquellos enormes canastos de mimbre que utilizaban casi por norma los trabajadores de la “Estación” para llevar a veces un simple bocadillo.

Estamos hablando en aquella  época de carestía en la que incluso las grandes empresas, como la Electro Mecánicas, al pagarte la nómina mensual, el dinero suelto (las monedas), te lo daban en sellos de correos.


El Azafrán de los “POLLUELOS”

En aquellos tiempos que no había ni televisión ni apenas aparatos de radio, los chavales nos dedicábamos a coleccionar estampas que de forma esporádica sacaban a la venta. En aquellos años de 1950, sacaron unos cromos que eran del personaje célebre de Robín de los Bosques, que tuvo una regular aceptación. Más tarde salió el Ladrón de Bagdad, que fue una colección de palabras mayores, y de ello pueden dar fe, “Casa Fidela”, en Santa Ana, “Casa Julia” en Santa María de Gracia y “Casa Venancio”, en la Calle Almonas, muchas veces había hasta colas de gente (chicos y mayores) que coleccionaban dichas estampas. Lógicamente la estampa “El Caballo Roto” y el 186 (la Alfombra),   eran las que hacían la ilusión de cualquiera. Las puertas del Gran Teatro y el Duque de Rivas, eran lugares, en donde los domingos por la tarde, se hacían intercambios de estampas y tebeos. También en el Oratorio Salesiano y en la puerta del actual Teatro Avanti, se formaban sus corros de cambio de tebeos.

Pero nosotros queremos referirnos a aquellas estampas que venían dentro de aquellas “bolsitas de colorante” que popularmente llamábamos azafrán. Costaba 15 céntimos de peseta y dentro traía la estampa de un fútbolista de primera división, con las que se completaba un albúm. Con la colección completa te entregaban una pelota de goma poco mayor que una naranja de “california”, de aquellas que solo se comían por Navidad. La estampa más difícil era “Bustos”, portero del Sevilla por aquellos tiempos. Con ella, prácticamente tenías toda la colección y te ibas a casa de los Alcántara, (esquina con la Calle el agua), en donde el padre, que era el representante de los “Polluelos”, te entregaba la pelota.


El Cuartel de Lepanto

El cuartel de Lepanto con sus distintos nombres fue siempre un establecimiento militar que dio “vida propia” a la zona del Jardín, pues se trataba de más de 700 personas, entre militares de reemplazo y profesionales, los que operaban en el acuartelamiento. En los años, 40, 50 y 60, del pasado siglo XX, los toques de trompeta bien al izar o arriar la bandera de España, llenaba de cierta emoción los alrededores del Jardín hasta donde llegaba el sonido de la trompeta. El cabo 1º Caramel, lo sabía y se recreaba en sus toques. Había muchos viandantes que se paraban en plan de respeto y había a otros que el hecho les llamaba la atención. No cabe duda de que eran otros tiempos. A la hora del paseo, se veían soldados salir en todas direcciones y ello en el fondo, era riqueza y consumo. De los soldados que vivan de aquella época, todavía recordarán algunos aquella “carne al jerez” que se comía los martes con sus patatitas a cuadros, a instancias del por entonces sargento Anacleto Briones Calvo, personaje muy agradable de recordar.

Con todos los nombres que haya podido tener este acuartelamiento desde los años treinta, el nombre que se quedó unido para siempre a la gente del Jardín,   fue el nombre de Cuartel de LEPANTO.

Poco a poco la presencia del cuartel se va perdiendo en Córdoba y toda la organización es trasladada a Cerro Muriano, donde actualmente está integrado el acuartelamiento.

A este cuartel solía venir la tropa de la legión cuando desfilaban en Semana Santa, constituyendo un lugar de expectación para los aficionados a los desfiles, sobre todo la gente joven. A estos legionarios, les salieron muchos imitadores por todos los alrededores, especialmente en las Costanillas y Calle Montero, y los chavales desfilaban de maravilla, de trompeta hacía el singular Luís Ranchal, que lo hacía fenomenal.

Córdoba, en su gran Semana Santa, solía disfrutar de estos desfiles, pues además del tercio Gran Capitán de la Legión, que desfilaba con la Hermandad de la Caridad, una gran compañía de honores de Lepanto, lo hacía con la Hermandad de las Angustias. El Santo Entierro, también llevaba una compañía de honores de Artillería 42. Hubo varios años en que se planteó una bonita disputa en los desfiles, hasta el punto que se culminaban con una “Parada militar” en el Gran Capitán, y allí acudía mucha gente para ver aquellos desfiles. Para nosotros, lógicamente los que mejor lo hacían eran los de Lepanto.

Esta simpática “competición” se dio durante unos años en que la Carrera Oficial de la Semana Santa, pasaba por el Gran Capitán. Allí al llegar los pasos a la altura del Gobierno Civil, se colocaba el paso de cara al edificio oficial y se despedía la tropa desfilando con toda solemnidad.

Todavía se recuerda aquella espléndida escuadra de cabos gastadores, que encabezaba la compañía de honores de Lepanto, y que estaba formada, por los hermanos Domínguez, Luichi Saiz, Pedro Cámara, Rafael Ordoñez y “El látigo”, entre otros. Aquello era marcialidad y desfile.  

Para desfile que puso los vellos de punta, fue el que tuvo lugar una tarde de junio de 1957, cuando con banda de música y todo, salió un contingente de unos 600 soldados, (400 de Córdoba), para embarcar en el Barco Cabo de Hornos y dirigirse a  Sidi Ifni, para participar en la guerra que allí le surgió a España. Su paso por el Jardín del Alpargate y la Calle María Auxiliadora, se quedó para el recuerdo, pues se vivieron momentos de emoción contenida. En aquel desfile de soldados jóvenes se pudo comprobar el miedo con el que se quedaron los familiares cuando vieron con la marcialidad que iban al frente de guerra.

También fue espectacular “la toma de azoteas y tejados” que se llevó a cabo en abril de 1976, con motivo de la visita del Rey al Cuartel de Lepanto. Un contingente importante de fuerzas armadas al mando del capitán José Villalonga Montero de Espinosa, con sofisticado armamento, a base de fusiles ZETA-70 y fusiles NATO, con sus miras telescópicas incluidas, desde las “alturas”, vigilaban por la seguridad del monarca y aquello fue un despliegue excepcional. Aquí no se estaba acostumbrado a aquello.


Supermercados Piedra

Antonio Piedra Trujillo, funcionario del cuerpo de la policía nacional, a finales de los años sesenta, empezó en la avenida de la Viñuela, la aventura de una pequeña bodeguita, en donde se vendían toda clase de bebidas alcohólicas y algo de conservas y quesos. Pero el almacén inicial de esta cadena de supermercados, estaba en el Jardín del Alpargate y allí empezaron con su negocio inicial de bebidas y queso. Con la puerta entre abierta, y el espigado y desgarbado repartidor que tenía, poco a poco, se fue haciendo fuerte en el negocio de las bebidas.  Llegó incluso a ser el proveedor casi de todo el sector de la hostelería de aquellos tiempos. El conseguía precios en las bebidas embotelladas, que por intermediarios, de Galicia, de Huelva o de Madrid, le eran más asequibles que los de las propias fábricas en su origen.

Este hombre trabajador infatigable, alternó su trabajo de policía con la apertura de los primeros establecimientos. Y en verdad vivió en primera persona los conflictos y las huelgas de la Electro Mecánicas y de la Westinghouse, en aquellos tiempos de la transición política.

Para Antonio Piedra, fue determinante la pequeña herencia que aportó su esposa y el apoyo de sus hijos. Ello, le hizo volcarse de lleno en este negocio. El primero fue el del Jardín del Alpargate, en donde llegaron a estar incluso las oficinas del negocio, en una pequeña entreplanta a la vista de todos. Al final de los años setenta, el crecimiento fue casi exponencial. Una de las primeras carniceras que tuvo, fue Carmelita, la hermana del torero Chiquilín. Para Antonio Piedra, la muerte de su hijo Juani, en fatal accidente de coche en las cercanías de la Cerca de Lagartijo, supuso un duro golpe para él y para el propio negocio.


Supermercado Deza

El amigo Antonio Deza, empezó en la plaza de la Corredera como vendedor pie a tierra en la puerta de la antigua Almotacén, allí con sus ristras de ajos al hombro, sus cuatro limones, el perejil, el laurel y las cornetillas, etc. etc. empezó a vender con un peso de platillo, de aquellos más simples que podían existir.

Alquiló una pequeña nave en la  Avenida de Jesús Rescatado, y allí abrió su primera tienda, dada su seriedad y eficacia para el negocio, aquello fue cada vez funcionando mejor y puso la segunda tienda en Ciudad Jardín.

Habían derribado la famosa casa de la “Turronera” con lo que desapareció el futbolín de Domingo, el puesto de arropías de los Córdoba,  y se fueron vecinos como: Los López Tienda, Ángel Gallego, “El Séneca” “Los Secos”, Paquita Torres, incluso la mujer de Rafael Gaitán, el “pesca”, etc. etc. y allí se ubicó Deza, en plena Plaza del Jardín del Alpargate.

De las primeras personas que ayudaron a levantar aquello, tenemos que citar a Toñi, a Conchi, a Juani y al nieto del Claus de San Juan de Letrán, como encargado, entre otros. El asustado encargado fue precisamente el que salió a la calle en el sorteo de la Navidad de 1992, diciendo:

“Nos ha tocado un premio gordo”. 

Y es que había tocado el 2º premio en el número 42.890, lo que suponía repartir más de 15.000 millones de pesetas entre la clientela de Deza en Córdoba. Hasta Carmela la Piconera que estaba en Navarra, pilló parte del premio y todavía sorprende a muchos, como sin móviles, sin AVE, y sin otros medios modernos de comunicación, al otro día del sorteo, ya estaba en Córdoba, dispuesta para cobrar su premio. El pago de los recibos fue modélico y a pesar de ser papelillas, no hubo ningún contratiempo. Solamente hay que decir que con aquel premio se blanqueó mucho dinero. Fuimos testigos del que le blanqueó el Banco de Andalucía, a un conocido industrial con apellido de torero.


Paco Alcalde “El Cojo Palanca”

El simpático barbero empezó a trabajar en Casa de Curreles, el compañero del “Sorna padre” en el tema de la loterías. De allí pasó al Jardín del Alpargate, en donde se dio a conocer como gran aficionado al cante de “Palanca”, al que vio todas las veces que vino al Coliseo San Andrés. Desde su barbería, fue testigo de todo lo que acontecía en el Jardín, pues cuando no estaba pelando siempre estaba en la puerta oteando el horizonte de lo que pasaba.

El mantenía una simpática teoría en el sentido de que en su casa de la Calle Buenos Vinos, que en sus tiempos de la Edad Media fue Posada, y en la que tuvo lugar el encuentro entre Cristóbal Colón y Beatriz Enriquez, que tiempos más tarde, tendrían un hijo en común llamado Fernando Colón. Y esa idea no había quien se la quitara de la cabeza.


LA VALDERA, “La Curandera del Jardín”

Era una mujer que vivía cerca de casa "la turronera" y era de costumbres antiguas posiblemente heredadas de sus padres, como era la práctica de la medicina mediante la aplicación de sanguijuelas, ella realizaba a todo el que se lo solicitaba el Hirudo medicinalis  que ya se utilizaba hacía miles de años. Esta sencilla mujer en su casa poco favorecida, disponía de una pequeña Orza llena de este tipo de “gusano que chupaba la sangre”, produciendo las curativas “sangrías” que sanaban muchas enfermedades. A ella acudía gente de todo el barrio y de otros sitios, con inflamaciones y dolores y ella los resolvía con sus “animalitos”, porque este “gusanito” tenía poderes anestésicos, calmantes y cicatrizantes, ya que su saliva contiene anestésicos, antibióticos y poderes anticoagulantes que dan impulso al sangrado veloz. Reducen la presión sobre las venas y les permite entonces formar nuevas conexiones sanguíneas.

A la mayoría de la gente no le cobraba nada porque se trataba de gente sencilla y popular. Otra especialidad que tenía era la de fajar a los niños cuando de pequeñitos se “quebraban”, Tanto por un trabajo como por otro, casi siempre le pagaban en especie para el consumo domestico, harina, garbanzos, legumbres, y cosas para comer. De algunas farmacias, sobre todo del centro, solían venir a pedirle sanguijuelas que ella las facilitaba a un precio módico. Su marido, era el que como si se tratara de buscar lombrices para pescar las localizaba en los lodos de agua dulce. En los tratados de medicina curativa de la antigua Grecia, Roma y Siria, aparecen estas técnicas.

Y hablando de la forma de pagar que tenían unas clientas, se le dio el caso de que atendió a una chiquilla de la Calle de Alvar Rodríguez, y cuando la curó la padre le pagó con media docena de unas pastillas de jabón de la Casa Carbonell. No tendría importancia este hecho, sino fuera porque poco tiempo antes habían despedido a un trabajador del barrio que trapicheaba con estas pastillas de jabón.