jueves, 12 de diciembre de 2013

LUISITA LA BELLEZA DE SAN LORENZO




Luisita, LA BELLEZA DEL BARRIO
Agosto de 1925.


LUISITA LA BELLEZA

En el mes de agosto y por la festividad de San Lorenzo, se organizaban unas veladas o fiestas en todo el barrio. Esa era una costumbre instaurada en Córdoba por su alcalde D. José Cruz Conde, cual era la celebración de veladas o verbenas en los barrios más populares. La organización y mantenimiento de la misma, estaba al cuidado de la Hermandad del Calvario, cuyo hermano mayor era entonces, D. Juan de Austria y Carrión, posiblemente, éste Hermano Mayor, junto al recientemente fallecido, José María Gutiérrez, habrán sido los más importantes y fecundos de la historia para esta Hermandad. Bien es verdad, que en aquellos tiempos, contó siempre con el apoyo del párroco D. Salvador Roldán Requena, de grato recuerdo para la parroquia.

Se organizaban bailes amenizados con el pianillo de un tal Rogelio, el que tocaba mientras tuviera algo que comer, aparte de eso, se le pagaba por noche tocada. Los bailes y los aspectos festivos tenían lugar en la Plaza que hacía la Calle Ruano Girón enfrente de la puerta de la antigua sacristía (hoy calle del pasaje de Ánimas). La plaza estaba aún de piedras, por lo que la circulación de vehículos a motor no existía. En esa Plaza estaban las casas de los Cantillos, de Adela, de Leocadia, de los Dorado, Los Camacho, Los Amaro, Los Genaros, Los Rivas, Los Carmona, Los Rodríguez, Los Romero. Los Moyano, los Suárez, Los González y mucha gente buena.

Otra puerta que daba también a esa plaza, quizás más solemne, por su entrada en escalones de piedra negra, era la Casa de Joaquín, padre de la Angelita la “Hermosa”, que se casó con Patricio, jugador de fútbol de la Electro Mecánicas,  y que regentaba el almacén de ultramarinos de la familia, que hacía esquina, enfrente a la casa “Del Bola” y de Matías, éste último un maduro vendedor de tabaco al estraperlo, que era asiduo en la esquina de la Taberna de “Huevos fritos”. Con el tiempo la casa de Joaquín, con sus tres escalones y el almacén de comestibles, se convirtieron en la fábrica de joyería de uno de los hermanos Soto que se casó con una hija de los Navarro. En los escalones de esta antigua casa, y en las tardes que la solana apetecía, solían salirse las mujeres a la plaza, para coser, bordar, hacer punto, hacer encajes de bolillos, secarse el pelo o incluso “pasarse el peine fino”. Todo ello “arreglando” el mundo mientras hablaban. También solía unirse al grupo Miguel González, el florista jubilado y el mismo Pepe Bojollo, que nada más  bajar de la torre de dar su toque diario de “Vísperas”, solía sentarse en la puerta de su sacristía.

Durante aquellos tiempos final de los años cuarenta y los cincuenta, en los días normales, la entrada a la Iglesia se hacía por el mismo patio de la sacristía que daba a dicha plaza. Hoy, esa sacristía ha desaparecido, al deslindar el ábside de la Iglesia de las casas que había por detrás.  El patio de la sacristía tenía unos amplios arriates llenos de “Don Pedros”,  e incluso compartía el pozo con la casa de atrás, en la que vivían los Córdobas y el mismo “Perdigón”. Hoy la zona que se correspondía con el patio de la antigua sacristía es el denominado Pasaje del Cristo de Ánimas. Hasta hace bien poco se podía observar el cable del pararrayos, que bajaba ahí desde la cabeza del San Lorenzo que corona la torre.

Siguiendo con la velada y fiestas, tenemos que decir que el pianillo tocaba hasta últimas horas de la noche, pues los faroleros que apagaban las luces del gas, eran unos simpáticos gallegos, pertenecientes a la saga de los “Seoane” que luego se instalarían en la Calle Alfonso XII, con dos tabernas populares, hoy desgraciadamente ya desaparecidas.

En el costado izquierdo de la Iglesia, se montaban una importante tómbola con obsequios y regalos de distintas casas comerciales de Córdoba, una de las empresas que más colaboraba era la simpática “Porcelana”, (Productos Esmaltados), que dejaba en depósito ollas, cacerolas y toda clase de cacharros esmaltados de cocina. Esta empresa empleaba a muchas personas del barrio, pues uno de sus ejecutivos se había casado con una de San Lorenzo. Era tal esta circunstancia que los trabajadores de la Porcelana tenían “su mesa” en Casa de Armenta y posteriormente en Casa de Manolo, en donde se reponían cuando estaban accidentados.

Efectivamente, un familiar de Santiago Muñoz, fue el hombre que empezó a meter gente del barrio en dicha empresa, luego siguió la tarea el mismo D. Santiago, y así en los años 1950, trabajaban en esa empresa, llamada SUPE,  entre otros, Manolo Santos, (Padre e hijo), Antonio Camacho, “El financiero”, Antonio Dávila, Manolo Sanz, “El loli”, Manolo Repullo,  Manolo Rodríguez, Fernando Sánchez “El Nano”, Enrique Pozo “El Cascarilla” El “Matías Prast (hermano de la Manola de la Calle Montero), Rafael Navarro “Finito”, Eulogio Martínez,  Domingo Cantos, Ricardo Antúnez “El sopla”, Los Hermanos Ríos, Antonio Cañas, etc. etc.

En aquellos tiempos, “La Porcelana”, era una de las principales Industrias de Córdoba, y que llegó a ser visitada incluso por el rey Alfonso XIII,  en su primera visita oficial que hizo a Córdoba, allá por el mes de mayo de 1904.  Como botón de muestra de algo que pudo ser esa empresa, queremos señalar a un trabajador de la misma, que según él, fue el primer “jubilado ecológico” que hubo en Córdoba, se trata del recientemente fallecido Manuel Santos Iglesias, hombre muy querido en el barrio por su singular simpatía y agrado. Su trabajo en esta empresa, nos contaba él, consistía en aquellos años 50 y 60 del siglo pasado, en llevarle el obsequio diario que el químico de la empresa Sr. Giovanni, le enviaba todos los días, a su “amor prohibido” que vivía en el Viejo Campo de la Verdad, para ello bajaba todos los días la escalerillas de la Ribera y cruzaba en la barca. De tanto hacer el recorrido, se hizo incluso amigo del “Maero” el peculiar barquero y de Martínez el guardia de asalto, que regentaba el Quiosco de la Ribera y que muchas veces le invitaba a café. Antes de morirse y recordando aquellos tiempos, añoraba como muchos, aquella barca en la que cruzabas el río y formaba parte del paisaje y de la historia de nuestra querida Ribera.

Por esta tómbola que ponía la Hermandad del Calvario, pasaban todas las parejas de novios del barrio y de los alrededores. Para acudir a la verbena y a todos estos eventos festivos las muchachas acudían con su mantoncillos de piquillo, que en general era de lo más sencillo que existía. Aquel ambiente servía para que la  juventud y especialmente las jóvenes casaderas  disfrutaran de lo lindo.

Desde la esquina de la Taberna de Casa Armenta, hasta la Casa de “Fernando El Serio”, todas esas casas eran de los Armenta-Álvarez, y eran habitadas por familiares suyos. Quizás de los últimos parientes que hubo en esta casa, fue la familia del “Niño Dios”, que fue banderillero de Manolete y que se casó con Pilar Bejarano, parienta de la mujer de Rafael Armenta. En esa misma casa y de recién casados año 1922, se mudó el matrimonio formado por D. Andrés Bojollo y Dª. María Arjona, que con el tiempo serían los padres del eterno sacristán de San Lorenzo, Pepe Bojollo. También por hablar de esa casa ahí estuvo durante un tiempo la sede de la Hermandad de Ánimas.

Además de palos de cucaña, carreras de cintas, caballitos, barquillas, y norias, se organizaba como colofón final y entre las muchachas del barrio un concurso de belleza, para elegir nunca mejor dicho “LA BELLEZA DEL BARRIO”. Aquel año de 1925, fue en realidad el último año que estuvo de alcalde de Córdoba D. José Cruz Conde,  en donde había dejado el pabellón muy alto. Fue el alcalde que remodeló la Plaza de las Tendillas, encargando incluso al arquitecto D. Félix Hernández, el proyecto para el traslado de la estatua de Gonzalo Fernández de Córdoba, “El Gran Capitán” al centro de las Tendillas; proyecto que se llevó a cabo, ya en 1927, y que por cierto, tuvo su natural oposición y queja de mucha gente. También en el mes de Abril del año 1926, se inauguró el monumento al gran Obispo Osio, que fue ubicado al final de la Calle Alfonso XIII. Este obispo impulsó el nombre de Córdoba por todos los dominios del Imperio Romano. D. José Cruz Conde, se marchó a Sevilla para ejercer de Comisario de  la Exposición Iberoamericana de 1929.

Pero siendo importante todo lo que hemos mencionado, una de las cosas más importantes que ocurrió ese año en San Lorenzo, fue como hemos dicho el concurso de belleza que se celebró en el barrio. Se formó un jurado de “notables” formada por Rafael Herencia, José Corpas, Santiago Muñoz, Pedro Baquerizo, Antonio Torderas y Juan de Austria, como presidente y principal organizador. Se presentaron muchachas de la calle Abejar, Pedro Verdugo, San Juan de Letrán, Calle los Frailes, Montero, San Rafael y María Auxiliadora, en total unas catorce muchachas, a las que se les exigía que llevaran un mantón sobre los hombros; prenda que de una forma u otra, todas llevaron aunque con mucha discreción por las carencias que en aquella época existían. Resultó ganadora en una primera votación Luisa Gutiérrez Gómez, de 16 años, que al conocerse el nombre, fue aclamada por la mayoría de los asistentes al acto que se celebró muy cerca del portalón de la Iglesia. El presidente del jurado, D. Juan de Austria y Carrión, le hizo entrega de un precioso Mantón de Manila, con dos pavos reales, que causó sensación.

Rodeada, de María Arjona, Pilar Bejarano, Elisa Almedina, Rafaela Gutiérrez, Rafaela Martínez, Ángela Prieto, Pilar Maria, etc. etc. todo eran parabienes para la joven ganadora.  En segundo lugar de este concurso quedó otra gran muchacha, la hija de Andrés “El Empredaor”.

La hija de Andrés, era de las pocas muchachas de aquella época que tenían su carrera de maestra y al final se casó con D. Manuel Salcines, santo y seña de los guías turísticos de Córdoba, además de pertenecer a una familia de industriales del calzado y la peletería de la Calle Alfonso XIII.

A partir de este día Luisa Gutiérrez Gómez, empezó a llamarse para la mayoría de la calle y del barrio “LUISITA LA BELLEZA”, que como se puede apreciar en la foto fue todo un acierto del jurado.

Esta encantadora mujer nació en el Arroyo de San Lorenzo, en el 1909. Su padre fue Antonio Gutiérrez, panadero de Córdoba y su madre Encarnación Gómez Hermosilla, de Fuente-Vaqueros, pueblo de la provincia de Granada, y según ella, emparentada con el poeta García Lorca. Al poco tiempo de su nacimiento, los padres de Luisa, se mudaron a la Calle María Auxiliadora, enfrente de la Sociedad de Plateros. Allí se casó y tuvo a sus cinco hijos, y fue una mujer que dedicó toda su vida y belleza a cuidar de los suyos. Su abuela, su madre, su marido, su hermana y por supuesto sus hijos, ocuparon todo su tiempo y dedicación.

La calle, el vecindario se privó de poder contemplar a esta maravillosa mujer que un día le nombraron LA BELLEZA DE SAN LORENZO. Se puede contar con los dedos de las manos, las veces que pudo salir a la calle, solamente y cuando ya tenía noventa y tantos años, todos los 24 de mayo, acudía a casa de una de sus hijas, para presenciar la procesión de María Auxiliadora de la que era muy devota.

De la Calle María Auxiliadora, y debido a la especulación se tuvo que marchar a la Plaza de la Alegría, (detrás del Colegio El Carmen), Aunque como es natural y en razón de la hipoteca, se mudaba mejorando la vivienda. Nada más entrar a su nueva casa dijo:

“En San Lorenzo no salí prácticamente a ningún sitio, pues aquí, que no sé ni en donde estoy, si que no pienso salir hasta que no me lleven para adelante”.

Esta mujer con toda su lucidez, murió en el 2009, a los 100 años, rodeada de sus hijos y de todos sus nietos. Durante los últimos días de su vida, toda la fuerza de su mirada la concentraba fijamente en un bonito cuadro, (copia-retrato), que el artista José Luís Muñoz Baena, le hizo de la foto que en su día publicó una revista festiva de Córdoba con motivo del concurso. Este cuadro se le regaló con motivo de cumplir setenta y cinco años, y desde entonces, a todos aquellos que visitaban su casa, a modo de carnet de identidad, les mostraba el cuadro exclamando siempre:

 “Lo que es la vida, esa era yo cuando tenía 16 años y me nombraron Belleza del Barrio”. Ella se transformaba cuando decía esto, el cuadro era el espejo, donde ya mayor se miraba e intentaba arreglarse siempre su coqueto peinado.

En sus noventa cumpleaños, plena de lucidez, nos contaba aquellos carnavales en los que las carrozas eran simples carrillos adornados con monte o taraje del campo, y encima iban las murgas, con sus ropajes y tocando sus festivos pitos. Nos recordaba a la famosa Murga del Regaera, que por vivir cerca del barrio, disfrutaba tirando carretes de hilo, que las mujeres dadas las necesidades que había se apresuraban a coger arremolinándose en el suelo, para gastarlo cosiendo en sus viejas máquinas de coser SINGER, NAUMAN Y VÉRITAS, luego llegaría la máquina Alfa.

Aparte de echar de menos estas fiestas en el barrio, también recordaba cuando de jóvenes se iban en pandillas, hasta Pedroches, y a la altura de la Venta del mismo nombre, se solían coger los coches de caballos que allí había estacionados y que por el precio de 2 pesetas  al coche completo, te llevaban con ida y vuelta al Santuario de Linares.

También recordaba la afluencia de festivales de cante jondo que se daban cerca del barrio, citando por ejemplo el Salón San Lorenzo, que estaba situado en el Arroyo de San Lorenzo nº 8, y allí actuaban grandes bailaores y cantaores. También el Salón de Variedades de San Agustín, situado en la Calle Obispo López Criado nº 5, traía buenas actuaciones flamencas. Igualmente en el Club Niño Marchena de la Plaza de la Almagra, también se respiraba cante jondo. “El Granaino”, “El Cobitos”, “Frasquillo” “El Tostao” “La Quica” “El Niño de Bronce” y el “Niño de Tetuán” actuaban con cierta regularidad. “El Niño de Tetuán”, fue el ganador de la Copa de la plata del concurso de cante que se celebró en la Plaza de los Tejares (Donde hoy está el Corte Inglés). Allí también demostró sus habilidades el "Pulgarín". El premio se adjudicó por votación popular de los espectadores que abarrotaban los graderíos. El precio de la entrada de estos festejos era de 50 céntimos de peseta por localidad. En 1925, a nivel de verbenas y otros eventos de recreo, el barrio de San Lorenzo y sus alrededores quedó muy bien situado.

El Salón San Lorenzo, cuando adquirió una fama casi nacional, fue en el momento en que actuó “Dora la Cordobesita”, que habiendo nacido en el barrio de San Agustín (casa que luego fue el Bar Andaluz), estaba plenamente identificada con el barrio de San Lorenzo y quiso actuar en el Salón San Lorenzo y lo hizo con la copla “Cruz de Mayo Cordobesa”, que causó una enorme sensación. Hubo gente apelotonada en toda la calle. Dos años después se casaría con el torero sevillano Chicuelo, en la Iglesia de los Dolores de Córdoba.

EL FÚTBOL EN CÓRDOBA

Finalmente tenemos que decir que por aquellos años, Córdoba, tenía pocas diversiones colectivas y por ello, estas verbenas y los citados salones de recreo, llenaban un gran espacio en las vidas de las gentes. Por ejemplo, en lo deportivo como el fútbol y mediados los años 1920, Córdoba tenía solamente dos equipo de fútbol en la llamada Primera Categoría grupo B, estos equipos eran El Córdoba Sportíng Club, que jugaba en los jardines de la Victoria y el SD. Electro Mecánicas FC., que jugaba en su propio campo de fútbol, que en los años sesenta, se convertiría en un cine de verano más. En 1923, y en el cuartel de Artillería 42, se habilitó un campo de fútbol que se llamó el “Estadio de América” y que estuvo funcionando hasta el final de los años setenta. En ese Estadio de América, jugó el Sporting, hasta que en 1945, D. Ramón de la Lastra, construyó el desaparecido Estadio del Arcángel.

Juan Blanco Pedráz, vecino de los Olivos Borrachos, en donde nació, siendo hijo de una excelente y simpática mujer a la que de forma cariñosa le llamaban “La Madrileña”. Apoyándose en su singular memoria, el amigo Juan, nos recordaba las veces que subidos en los vagones de mercancías que estaban aparcados en la Estación de Cercadillas, veían parte de los partidos que tenían lugar en el Estadio América. A aquellas “gradas” se le llegó a llamar “EL FONDO NORTE”. Fueron muchas la veces, que a los intrépidos espectadores que estaban subidos en estos vagones, le sorprendió la puesta en marcha del tren que estaba parado, bien porque arrancaba la máquina o porque estaba haciendo maniobras de enganche. La puesta en marcha del tren quitaba a estos espectadores la visión vertical del campo de fútbol, y por ello, les privó en muchas ocasiones de ver las jugadas más importantes del partido.

LA TABERNA DE ARMENTA

No cabe duda de que eran otros tiempos, ni existían las prisas, ni tanto coche, ni tanta hipoteca, y los veranos eran recibidos por muchos ciudadanos, tomando el fresco en las puertas de sus casas. Al no haber televisiones, lo única “pantalla” que se miraba en aquellas noches eran las paredes blancas de las fachadas, en donde las “salamanquesas” tenían sus  disputas por todos los mosquitos que revoloteaban. Mientras y como música de fondo, se oía el trepidante ruido y  el trasiego de los “murciélagos”, alrededor de la única bombilla que había en toda la calle. Así pasaba el tiempo, y llegabas incluso a altas horas de la noche. De mi calle, la primera que se metía para adentro era la conocida Encarna, mujer que trabajaba en la Electro Mecánicas y solía levantarse a las cuatro y media de la mañana. Cuando cogía la silla y se retiraba, se llevaba su pequeña radio y por tanto, se acababa la posibilidad de seguir escuchando todos la emisión “Aquí Radio Andorra”, donde una locutora de voz delicada e inconfundible nos hablaba en un característico castellano, obsequiándonos continuamente con “discos dedicados”.

Allí en la puerta de su casa, que era conocida como “Casa de la Piconera”, y a media luz, pues allí no llegaba apenas el reflejo de la única bombilla que había en la calle. A falta de la radio, se formaban animadas tertulias, donde los más jóvenes preguntaban a los mayores sobre muchas cosas acontecidas en el barrio. Cada puerta de la calle era como un “casinillo” en donde, los mayores llevaban la voz cantante. Un tema que nos intrigó a los más jóvenes de siempre era la muerte o el homicidio de Rafael Armenta Álvarez, por ser su apellido, Armenta, el que le dio nombre a la Taberna más famosa del Barrio.

José Quíles, ya mayor, pero con una gran memoria, nos relataba como pasaron los acontecimientos, él, nos recordaba, que había ido ese día a la Ferretería Ramos, que estaba en la Calle María Cristina nº 19, (casi frente a Rusi), a por unos alambres para unos tendederos y al volver se encontró con todo aquel jaleo. El, era cliente habitual de la Taberna, y por ello se entremezcló en el asunto y por ello nos contaba:

“Rafael Armenta, murió al parecer de una hemorragia interna, a consecuencia de una herida que le propiciaron o él se hizo en el vientre al pincharse unas tijeras de costura. Al menos la sentencia sobre la encausada como sospechosa, su mujer María Antonia Bejarano, fue de absolución.

Los incidentes y la muerte tuvieron lugar en el mes de Mayo, en días coincidentes con la Feria de la Salud. Al parecer este hombre bebía y maltrataba a su mujer según se desprendió de las declaraciones que ella realizó en la Sala, a las preguntas de su abogado defensor que fue D. Antonio Carrasco Suárez Varela. Aquel supuesto homicidio, o muerte fortuita, llenó al barrio de expectación e incluso la Audiencia Provincial, se quedó pequeña para alojar a gran parte del vecindario que se hizo ostensible en la puerta de la Audiencia. Hasta el punto fue esto así, que hubo de intervenir la fuerza pública para encauzar la entrada al recinto judicial y ordenar a la mucha gente que se quedó en la calle.

En aquel juicio, la Mesa del Tribunal estaba compuesta por los magistrados: D. Fernando Abadía,  Muñoz Cobos y Gascón Escribano.

En el día 24 de noviembre de 1924, a media mañana, con la sala a rebosar y los alrededores de la Audiencia con más gente que un día de feria cualquiera, entró Antonia María Bejarano, que se había bajado de un coche, toda vestida de riguroso negro, acompañada de su procurador D. Juan de Austria y Carrión, persona muy conocida y querida en el barrio, por su desinteresada entrega. Era por así decirlo el “abogado de San Lorenzo”.

Fueron muchos los testigos que de una forma u otra participaron en este juicio, El Fiscal fue un tal Sr. Aparicio, y el secretario de la Sala, fue Rafael Flores.

El abogado defensor D. Antonio Carrasco y Suárez Varela, interrogó a un montón de personas, muchas de ellas eran conocidas todas del barrio. En primer lugar interrogó al médico D. Rafael Garrido, que fue el que atendió a Rafael Armenta, de las heridas que supuestamente le habían costado la muerte, heridas a las que él en un principio no dio mucha importancia. Luego siguieron pasando por el estrado: José Jiménez Recio, que era el cartero del barrio, Rafael López Cayoso, José Quíles, Rafael Morrugares “El Coco”, José Muñoz, Manuel Manosalvas y María de Dios Moreno. También testificó a petición de la defensa, Pilar Cabrera, que era como se decía antiguamente “la criada de la casa”. Todos declararon a favor de la acusada. Incluso los testigos de cargo reconocieron estos maltratos.

Luego y a petición de Fiscal, también declararon: Luís Álvarez, Carmen Álvarez, Rafael Álvarez, que eran todos,  parientes o amigos del fallecido y finalmente se leyó la prueba pericial realizada por el forense Sr. Luarco y los peritos Romera y Roncal y todos llegaron a la conclusión de que las heridas producidas por las tijeras, habían sido de carácter leves.

Al final de este juicio y aunque la procesada estuvo detenida mientras se instruía el expediente, finalmente fue declarada NO CULPABLE, al retirar el Fiscal las acusaciones, por lo que fue sobreseído el caso.

La decisión judicial fue acogida con gran alegría en el Barrio, pues Antonia Maria Bejarano, y toda su familia, eran muy queridos por todos. Poco faltó, para que la gente sacara en hombros al abogado defensor,  D. Antonio Carrasco y Suárez Varela.

No obstante la gente del barrio por boca de Gabriel González, “El padrino” supimos que esa pareja ya se conocían perfectamente uno al otro, y aunque parezca mentira los comportamientos todos eran lógicos de esperar. Hay quien aseguraba que fue un posible matrimonio de conveniencias; por una parte la saga de los Armenta Álvarez, que tenían cierta posición y otra la de los  Bejarano, que se dedicaban a trabajos eventuales y también al trabajo de “Chindas” o despojeras en el matadero. Sólo esto puede explicar que apenas recién casados, lo habían hecho en Julio de 1922, surgieran todos estos problemas, que a nadie debían de sorprender conociendo a Rafael Armenta Álvarez, como le conocían los clientes”.

También quedó flotando en el barrio en que se había inculpado a la pequeña hija que tenían en el accidente de las tijeras, al parecer esa niña Magdalena Armenta Bejarano, que con el paso del tiempo heredó la taberna, se casó con Manolo Sánchez, y ellos fueron los que de una forma u otra regentaron la Taberna, hasta que en el 1953, se la vendieron a Manuel Jiménez Torres, que acababa de acertar una quiniela y por la que cobró 490.000 pesetas. A partir de entonces, esta taberna empezó a llamarse Casa Manolo, pero la gente completó el titulo llamándola, “Casa Manolo el de las Quinielas”, nombre que así quedó hasta que a principios de los años noventa, la casa y la taberna fue objeto de la piqueta. De esta forma se perdía un edificio que fue testigo de muchas cosas del barrio y formó parte de su historia.

La viuda y maltratada mujer Antonia María Bejarano, volvió a rehacer su vida, casándose con Antonio Torderas, con quien llegó a tener varios hijos. Este Antonio Torderas, tenía una pasamanería enfrente de la taberna y que se denominaba “LA BARATA” y que fue incluso objeto de graciosas coplas en el carnaval. Después de la “BARATA”, se quedaron con el traspaso de esta Pasamanería los Hermanos Priego, en dicha tienda trabajó de dependiente el mayor de los hermanos Almoguera, gran aficionado por otra parte al campo, y gran recolector de caracoles gordos. También trabajó en esta pasamanería Margarita Laguna, que por aquellos tiempos, junto a Maruja Guzmán, eran de las principales voces del coro parroquial. Margarita, terminó casándose con uno de los hermanos Priego.

TESOROS Y FANTASMAS.

Hablar de “Los de Álvarez” es hablar de una familia que tuvo en el barrio varias ramas de parentesco. Hubo una concretamente que vivía en la calle Roelas nº 14, casa que fue derribada por un bombardeo en agosto de 1936. Estos regentaban la otra taberna que había en San Lorenzo, la que fue Casa Miguel Cosano, posteriormente Casa Gamboa y en la actualidad Casa Luís. Al parecer esta familia se quedó en las últimas, pero todavía se comenta por el barrio que uno de los Álvarez, se encontró “Un tesoro” en su casa derribada que los hizo subir como la espuma, dedicándose a partir de entonces a la hostelería y a la platería, con bastante buen éxito. Esta casa la visité yo con frecuencia pues allí vivió Concha, la jeringuera de San Lorenzo, parienta mía y puedo dar fe de que allí había unos muros tremendos y con muchos falsos huecos.

Esa casa nº 14, pegaba sus paredes con la casa nº 12, que era en donde nació mi familia y también recordamos, que allá por el año 1954, y con motivo de una reforma restauración que se hizo en la casa, a cargo del maestro albañil Rafael “El largo” (Rafael Uceda), se pudo comprobar que en el mismo muro de separación con la casa nº 14, volvió de aparecer otra olla llena de monedas de cierto valor, pues a la vecina Carmen Trujillo González, que se la encontró, también se le notó una gran mejoría en todo. Los tesoros solían aparecer en huecos practicados en aquellos anchos muros, alojados en vasijas de barro llenas de monedas y otros objetos.

Sin bien no lo vimos físicamente, si podemos decir que tanto en el primer caso como en el segundo, todo el mundo notó la enorme mejoría que ambas familias experimentaron. A saber a donde pudieron  ir a parar dichos tesoros y la valoración que le pudieron dar. En cuanto al Álvarez, al que le derribaron la casa, se marchó como hemos dicho a las Margaritas y allí puso un Bar muy cerca del Paso a Nivel, que al parecer fue todo un éxito. También se dedicó a negocios de joyería y algunas veces le pudimos ver en las navidades venir por la Sociedad de Plateros, para recoger la lotería que jugaban los plateros.

Pepín Sánchez Aguilera, que nos dejó recientemente, nos contaba que en torno al “tesoro” se montó todo un tinglado de misterio. En el Arroyo de San Lorenzo y en la que fue casa de Alfonso “El droguero”, tenían los Armenta otra pequeña taberna, que incluso llegó a ser regentada por la familia de Pepe Bojollo. Pues allí en un cuarto de la citada taberna, se solían juntar un grupo de personas posiblemente aficionadas al arte “Espiritual de la Videncia”, que se reunían a oscuras en torno a una especie de bola y decían que veían al duende que había anunciado  el supuesto tesoro subir por las escaleras. Verdad o mentira, aquello del tesoro, del duende, y todo lo que trajo consigo, se cundió por el barrio, y aún los que vivieron por aquellas épocas lo recuerdan. El cabecilla del grupo de los videntes o aficionados a aquellas artes, se llamaba Olegario y era sobrino de Camuñas, el portero del Cementerio de San Rafael.

Era el año 1966, y estábamos en el Parque de Automovilismo, en las oficinas de talleres, aprovechando de que ese día había faltado el severo teniente Jarabo, (Jefe de talleres), nos encontrábamos sentados en el antedespacho con Maximiliano Calero, el responsable que asignaba las Órdenes de Trabajo para la reparación de los Vehículos. Era al principio de la jornada y allí estaban el maestro Rafael de la Virgen, Márquez el pintor y Heredia el tapicero, además de los soldados, Meléndez, Carmona, Polo Luque y unos cuantos más. Un tal Amador, fontanero, comentó un caso de “fantasmas” que había pasado en una casa de la Calle Carlos Rubio, allí y a la llegada de la noche, de buenas a primeras empezaban a caer piedras y objetos por los tejados del patio y la gente se quitaba de en medio, so pena de sufrir cualquier herida. Al parecer eso ocurrió varias veces hasta que averiguaron que las piedras y los objetos, eran un “achaque” que provocaba “El querido” que se las traía con la “casera” y no querían que nadie lo vieran entrar. Aquello fue sonado y vino hasta en los periódicos en la sección de Sucesos.

Entonces Maximiliano Calero, que era bastante mayor que nosotros, relató lo que pasó cerca del puentecillo de la Portería de San Rafael, al parecer el era pequeño y el Buen Suceso todavía estaba con el arroyo funcionando. En todo el tramo que daba a las espaldas del Convento, había solamente una enorme casa de vecinos (hoy hay dos casas), y otra vez a la llegada de la noche y con la calle prácticamente a oscuras,  sonaba una especie de música tenebrosa que asustaba a todo el mundo. Con la calle vacía, aparecía un tipo muy alto, con un rostro iluminado y poco agraciado, que con una capa por lo alto, imponía mucho miedo y respeto. Todo el mundo se quitaba de en medio. Eso ocurría de forma cíclica dos veces en semana. Un día, uno de aquellos chavales, posiblemente el más travieso, al que llamaban “El Negro”, con su piel ennegrecida de bañarse en el río, su tirador y el bolsillo lleno de chinos, esperó escondido en la que luego sería la casa de Antonio Cerrillo, y cuando sonó aquella música en la oscuridad de la noche, y ya todo el mundo ponía pies en polvorosa, él, aguantó estoicamente y cuando vio aparecer por el puente al “Fantasma”, no tuvo nada más que arrearle una tremenda pedrada en aquella cabeza, con la sorpresa de que lo que le rompió fue una especie de farol de gas que llevaba a modo de gorro y simulando una falsa cara. Caído el falso fantasma al suelo, quedó al descubierto la cabeza de un sujeto pelado a lo amadeo corto, tirado en el barrizal de la calle.

Allí se pudo comprobar que se trataba de un conocido “Oficinista del Ayuntamiento”, que solía frecuentar la Taberna de los Perros, (Casa Joaquín) y lo que pretendía era entrar sin ser visto para estar con su “querida”. Este hombre fue la mofa de todo el mundo, pero allí no se aclaró quien era la destinataria de aquellas misteriosas visitas. Con el tiempo, siguió Maximiliano, se supo que se trataba de una mujer joven que había venido de la Línea de la Concepción y que la nombraban como Rosa la del lunar. Esta mujer se marchó a vivir a la Colonia de San José, el barrio en donde luego se ubicaría la Residencia Teniente Coronel Noreña.
   
AL OLOR DE LAS PERRUNAS.….Principios de los año 1950

Era la canción que solíamos cantar por aquellos pórticos del patio del Colegio Salesiano, con el ánimo de que lo escuchara D. José María Izquierdo, que era el encargado de las escuelas gratuitas en aquellos años principio de los cincuenta. El desde el despacho de su secretaria, y con su “Arjonilla” de secretario, nos mandaba placidamente callar y nos decía que ya llegarían las vacaciones de Navidad. (Hoy se pueden apreciar en la Calle la Muralla, cerca de los Salesianos, los huecos en la piedra que ocupaban la Secretaría, los accesos a otros patios.). Donde está ubicada actualmente la Plaza Felíx Rodríguez de la Fuente, era el Patio que se denominaba de D. Bosco, junto a dos abetos se podía ver un busto del fundador de los Salesianos en Turin.  Por ese patio se entraba a las clases 5ª y 6ª en planta baja y por medio de unas escaleras, se accedía a una segunda planta en donde estaban las clases 2ª, 3ª y 4ª. º. Ese patio, se comunicaba con la espléndida huerta que contaba el Colegio.

Pero siguiendo con las Vacaciones de Navidad, tenemos que decir, que antes de que estas llegaran, (las vísperas), D. José, iba clase por clase y con una lista en la mano, mencionaba a todos los que figuraban en ella para que formaran grupo en torno de él. Al llegar a su despacho nos decía: “Mañana les dicen Vds, a sus madres que os faciliten una botella de a litro, ni más chica ni más grande, y las ponéis en la galería del cuadro de D. Bosco, en donde aparecerán vuestros nombres agrupados por orden de clase y orden alfabético. A las botellas a modo de etiqueta de marca, le ponen Vds. vuestro nombre y clase. También les indicaba que el que no estuviera de acuerdo de estar en esa relación lo comunicara en Secretaría a “Arjonilla”.

El último día de clase los trescientos o más niños que aparecían en la lista tenían su nombre en perfecto orden alfabético, colocado en la galería frontal de aquellos  eucaliptos, debajo del bajo-relieve del Arcángel San Rafael que presidía el patio. El Custodio de Córdoba, era testigo histórico de tantos y tantos recreos, en donde, antes de entrar a las clases, tenían lugar multitud de partidos de fútbol. La longitud de la galería o pórtico era enorme, como enorme era la relación de alumnos, ya que iba desde el Bar de Basilio, (antiguos alumnos), hasta el rincón del Teatro, hoy Teatro Avanti. Lógicamente esta lista era voluntaria de forma que el niño que sus padres no querían que apareciera en ella, se quitaba de inmediato. Allí quedaban los niños del Colegio, que voluntariamente aceptaban lo que el Colegio les ofrecía: Un litro de aceite, un kilo de arroz, un kilo de azúcar, un kilo de garbanzos, un kilo de alubias, una cajita de mantecados la “Colchona”, un par de tabletas de chocolate, un paquete de galletas de vainilla, una morcilla y un chorizo, más o menos. Todo, menos el aceite, metido en una bolsa que decía: FELIZ NAVIDAD.

El confeccionar la lista era una labor a la que el bueno de este salesiano le dedicaba tiempo y criterio. A unos los apuntaba porque nada más verlos, sabía que lo necesitaba, a otros lo apuntaba porque sus ropas y sus remiendos delataban las posibles dificultades que solíamos pasar en nuestras casas. Finalmente y como buen psicólogo, a algunos los apuntaba por el número de “sabañones” que desgraciadamente llevaba encima. Estas listas estaban siempre abiertas para borrar o incluir alguno. Luego a otra relación un poco más reducida, (unos cien alumnos), se les daba además un vale de ropa, que consistía en dos camisetas de interior, una camisa, dos pares de calcetines y un jersey de aquellos que tenían la botonera en el hombro izquierdo.

En realidad el Colegio no hacía nada más que poner en manos de los más necesitados, lo que entregaban los cooperadores, pero la labor de pedirlo y encauzarlo era labor de D. José María Izquierdo, que nunca mejor dicho tenía un corazón tan grande como un campo de fútbol. Y digo lo del fútbol, porque su paso por el Colegio Salesiano, significó unas cotas de popularidad enormes para su Oratorio Festivo de Verano, que con el atractivo de la práctica del fútbol atraía a la juventud de media Córdoba, a sus patios en aquellas tardes del verano. Un vecino actual del Coliseo de San Andrés, el simpático “Lucas”, por vivir cerca en la “Redonda” fue un gran colaborador y amigo de D. José, y su equipo el Andaluz, llenó muchas tardes de emoción de aquel fútbol aficionado, en competencia con El Locomotora, El Calatrava, Los 11 Valientes, El Amparo, La Verdad, El Alcázar, La Ferroviaria, El Santiago, El Naranjo, El Cañero, El Cerro, El Ciudad Jardín, etc etc. Por allí no se vería pasar a ningún Leonel Messi, pero si a unos muchachos, que en la mayoría de los casos después de su jornada laboral, se las jugaban en aquel campo de tierra amarilla, más duro que las piedras. Aquello era afición. Eso si, allí no había necesidad de autoridades ni fuerza pública, allí, era tal el carisma y el respeto que todo el mundo le tenía a D. José María, que nunca pasaba nada. Y eso que los árbitros, tan poco eran federados, Pepe Reus, El Figueroa, Pedro Navarro, El Tarta, Luís López, Bernardo Palacios, Abelardo Rodríguez, Galvéz, “El Carioco”, Hernández, Cayuela, ect. ect, eran la mayoría de los árbitros que pitaban aquellos partidos de forma totalmente altruista.    

EL MONTE  PARA LOS NACIMIENTOS (1954)

Con todo el respeto a las costumbres que nos han ido llegando de Europa y de fuera, por aquellos tiempos, EL NACIMIENTO, era el motivo principal para estas fiestas. Quien no recuerda aquellos escaparates que ponían en la papelería Victoria, enfrente del Ayuntamiento, en donde lo llenaban de figuritas y motivos del nacimiento. También tenemos que recordar aquellos puestos provisionales que se ponían al principio de la calle Nueva, en donde vendían toda clase de pastorcillos, incluso corcho y monte del campo. Los puestos empezaban en la misma esquina (donde empiezan los restos romanos), y terminaban antes de llegar a una callejita en donde estaba Electricidad Poveda y que era la entraba a las Oficinas del Ayuntamiento. En la misma esquina ya estaba el precioso edificio que ahora ha sido restaurado. Ahora en los bajos, han puesto un moderno bar. En este  edificio que hace esquina con la calle María Cristina hubo en primer lugar una tienda de Pueyo; después se instaló allí el primer Supermercado importante de Córdoba, que se llamaba SASS, y que entregaban para promoción los primeros vales VALISPAR que se vieron por aquí. Más tarde se instaló Urende, que ha estado hasta hace bien poco. A la espalda estaba Electricidad Poveda, y por ese rincón, como hemos dicho, se entraba a las oficinas del Ayuntamiento. En el año 1979, recuerdo que el Alcalde de Córdoba, Julio Anguita, que estrenaba cargo, presenció desde uno de los balcones de ese edificio la Cabalgata de Reyes Magos. Se puede decir que aquel balcón, quizás por la novedad, fue tan observado como la propia Cabalgata.

En el año 1954, recién llegado a la parroquia, el cura Novo, le convencieron como de tantas cosas para hacer un gran nacimiento en la Iglesia de San Lorenzo, y para recoger “el monte”, (hoy está prohibido), fuimos una buena charpa de gente joven a la zona del Santuario de Linares. En aquel grupo iba Rafael Morales, Manuel Afán, José Montero, Alfonso Lupión, Antonio López, José Estévez, Rafael Granados, Inocencio Montes y unos cuantos chavales más.

La voz cantante para ir al citado campo, lógicamente la tomaron los mayores del grupo y se escogió el camino viejo de Pedroches, esto es “Cuartel del Marrubial - Calle Sagunto, -Cinco Caballeros, vadeando la Cruz del Padre Roelas, - La cuesta de la Cantera, (donde explotó el coche de ETA), -La Avda. de Miraflores, (dejando a la derecha la cárcel y el barrio de Miraflores, con su pequeña Iglesia, que fue el comienzo de la popular parroquia de San Antonio de Padua.). A la izquierda y al principio de la tapia de Cepansa, se dejaba la “Cantinilla del orejas”, y desde ahí, por la acera espléndida que había se llegaba al paso a nivel con barrera. Pasado este, atravesábamos el llamado “Puente de los Reyes”, por su semejanza con los de los nacimientos. Dejando a la izquierda una enorme perrera, en donde criaban a estos animales para su posterior venta. De allí subíamos hasta el “Canasto de las Vagonetas”,  dejando a la izquierda, la Venta de Pedroches, que funcionaba aún en épocas intermitentes.

El “Canasto de las Vagonetas”, era un enorme pilar con cuatro patas, metálicas, que a modo de puente en la carretera, permitía el paso de los coches por su parte inferior y las vagonetas de Asland por su parte superior. Una plataforma a modo de techo, protegía a los coches de lo que pudiera caer de las vagonetas. A este enorme pilar plataforma, la gente de Córdoba, lo denominaba popularmente  “El Canasto de las Vagonetas”. Su ubicación era exactamente en donde estaba la choza del guarda de la finca EL MAJANO.

A la derecha de este “Canasto”, se abría un camino por el que se iniciaban unos vetustos postes de madera que llevaban el tendido eléctrico al Santuario de Linares. Mi madre los conocía porque lo había oído de sus mayores, que la senda del tendido de cables era la distancia lógicamente más corta al Santuario. Además,  su padre, Juan Recio Pizarro, colaboró a la instalación de este tendido eléctrico. (Este sencillo hombre del barrio, de oficio “hombre para todo”, fue el que sustituyó provisionalmente la cabeza del San Lorenzo que al ser derribada por un rayo, le puso en su lugar una olla, “cabeza provisional” que duró, hasta que fue restaurada la torre con motivo de su iluminación.

Nosotros cogimos este camino, y nos adentramos por unos esplendidos llanos, que más tarde serían cantera y luego profunda escombrera. Eran unos llanos encantadores y así pudimos pasar por Peña Tejada, con su pozo y sus cuevas, y coronamos el  Puerto de la Salve. Luego pasamos por las llanuras de San José de Linares, con su abundancia de encinas y monte bajo. Hoy entre los escombros, la cantera y las casas adosadas, han hecho desaparecer centenares de encinas, pinos, olivos, madroñeras, jaras y lentiscos, que bajo el susurro de las cristalinas aguas del arroyo, le daban un marco incomparable de belleza y de  bienvenida al Santuario. Allí bajo la sombra del cerro de San Fernando, que por aquellos tiempos también querían explotar como cantera, formábamos nuestro “haz de monte” y después de beber en la fuente y visitar a la Virgen, emprendimos el camino de regreso a Córdoba. Volvimos por el camino de la Carretera de Almaden, y al pasar por el Zumbacón, aquello fue una espectáculo especialmente para los chiquillos, que solía haber muchos. Luego nos metimos por la Calle de San Acisclo, que como siempre estaba tremendamente embarrada, y el dueño del horno de San Antonio, en la puerta, nos ofreció a cada uno un bollito de pan para reponer fuerzas. Llegamos a San Lorenzo y había monte para hacer un montón de nacimientos. Eran los años, en los que al cura Novo, todo le salía bien.

LA NOCHEBUENA EN LA CALLE (1950)

Hablar de “perrunas” y pestiños, es hablar de “Lola la pecosa”, mujer que junto a su marido Manolo, formaba una pareja tremendamente solidaria para con los vecinos de la calle. Ella era experta en hacer excelencias de productos de navidad y se desplazaba a las casas de sus vecinos para obsequiarles con su elaboración. Vecina de la calle María Auxiliadora, vivía en la misma casa de Ángel Bimbela “El sastre” y compartía también vecindad con Manolo Montoro, el simpático rapsoda, que hacía la propaganda al esforzado “Calete” que por esas fechas era el electricista de todo el barrio.

Efectivamente, llegando estas fechas la “Luz de Perra-gorda” era ampliamente superada por aquellas conexiones “piratas“, que facilitaba “luz de contador” a todo el mundo. Mientras el se entregaba a estos menesteres, las mujeres y demás vecinas, se dedicaban a intercambiar sus convidadas en aquellas botellas esmeriladas, que de alguna forma representaban “un lujo”, pues hasta las botellas escaseaban. Podían ser bebidas sencillas y simples, pero intercambiadas con toda la familiaridad del mundo. Unas llevaban perrunas, otras; pestiños, otras; roscos. Incluso alguna te ofrecía trozos de “morcilla chorizada”. Todas, llevaban algo de lo mejor que tenían en sus casas para convidar a los vecinos. Pero es que esta relación era incluso de casa en casa. Toda la calle se consideraba vecindad. Afortunadamente, las televisiones, los pisos y las hipotecas, no nos habían hecho tan individuales.

Había otra mujer que era la Genara, que era la especializada en matar el pavo, el conejo, el pollo o aquel animal que cayera por aquellas fechas. Aunque por aquellos tiempos, la carne que más se consumía era el chivo, para la fiesta grande (Nochebuena), y las vísceras de animales de granja con arroz, para las demás celebraciones. Luego en el tema de guisar era otra cosa, destacando en especial Carmen la del Besoy, y también la “naranjera”. En esos días la calle olía a buen menú. Resuelto el menú de la Noche de Nochebuena, el siguiente día, Día de Pascua o de Navidad, era cuando aparecía en las mayores de las casas el menú de Albóndigas, que se solían hacer con los restos sobrados de la noche anterior. 

LA NOCHEBUENA EN LA CASA (1950)
  
En aquellos tiempos, las peleas tan habituales entre vecinos, casi siempre por los niños, por la pila, o por la ocupación de los tendederos, cuando llegaban estas fechas, se suspendían y parecía que se firmaba UNA PAZ, en todos los sentidos y alcance de la palabra. Testigos de aquella PAZ, era la candela que a modo de tributo y sacrificio se ofrecía a dios del frío. En torno a la candela se concitaban muchas conversaciones, tertulias y se fraguaban amistades, promesas e incluso primeros amoríos.

En mi casa el que se encargaba casi siempre de encender la candela era Mariano Páez, que rodeado de su chiquillería (tenía 8 hijos), y con una copita en su sitio, arremangaba leña de todos los sitios hasta que lograba encenderla. Bien es verdad que le ayudaba su amigo Josele, gran vecino, que por ver a la gente feliz, hacía lo que fuera necesario. En aquellos tiempos no existía todavía la figura del “rumano que todo se lo lleva”, y en vez de tirar los “burracos” y la madera al contenedor como hacemos ahora, se guardaban en el corral para esta ceremonia de la candela anual por Nochebuena.

Como hemos dicho, el amigo Mariano, en torno a las siete de la tarde encendía la candela y poco a poco la llama iba tomando tamaño y fuerza. Una vez encendida la candela era un intercambio el que se hacía, -el recibía calor de la candela, y la candela recibía “las notas y quejidos” de un hombre que amaba el cante aunque no supiera muy bien expresarlo.

Uno de los primeros que se acoplaba a aquel ritual de la “candela” era “El Coco”, (Miguel Morrugares), que año tras año, repetía su número de andar sobre el alambre. Se trataba de andar sobre una correa extendida en el suelo, pero teniendo en cuenta de que había algunas copas de más era una auténtica “proeza”, pasarla sin caerse.

Muchas veces al que encendía la candela, se les olvidaba avisar a los vecinos que retiraran la ropa de los tendederos, por lo que de momento las mujeres a toda prisa, demostraban una habilidad sensacional con la caña de tender retirándo rápidamente la ropa, incluido incluso sábanas.

Por las mañanas, nuestras madres a muchos de nosotros nos mandaban con varias “damajuanas” a la Calle la Bodega “Cruz Conde”, a comprar a granel “El ponche”, “La coñac”, “El anís” y otras bebidas más exóticas. De un año para otro, era Manuel Sánchez, “El Iyi”, el que encabezaba aquella expedición. Íbamos por la calle Zarco, calle Marroquies, Jardines del Campo de la Merced, en donde nos parábamos para ver aquellos estanques, donde unos niños “lanzaban” el agua por la boca. De allí cruzábamos la calle Reyes Católicos y llegábamos a la calle de la Bodega. Una vez allí en la bodega, casi siempre nos atendía algún conocido del barrio, pues allí trabajaban Casana y El Pulgarín. De vuelta con nuestras garrafas o “damajuanas”, nos parábamos en las Bodegas Toledano y confrontábamos precios. Más abajo nos parábamos para ver las carteleras del Cine Alcázar que estrenaban por aquellas fechas Demetrio y los Gladiadores, en sonido especial. Al llegar a los jardines de Colon, nos gustaba sentarnos debajo de los eucaliptos, en los que en el verano anterior nuestra madre le había curado la “tos ferina” a mi hermana por consejo del mismo médico D. José Chacón y Chacón. Por allí nos encontrábamos casi siempre a Alfonso Serrano Rivas, aquel entusiasta periodista de la Hoja del Lunes de Córdoba, que viviendo en la Calle Mateo Inurria, siempre que estaba de vacaciones aparecía por Colon, jugando con otros compañeros de su Fuenseca.   


LAS NAVIDADES DE LA TRENCA (1961)

Por aquellos años de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, los emigrantes que se marchaban a trabajar a Europa, solían venir por las Navidades con unos atuendos en ropas muy llamativos, en donde destacaba las “trencas”, aquellas prendas de colores aparatosos incluso hasta en los forros. El ver por estos barrios a estas personas, daba la impresión de que nadaban en la total abundancia, pero detrás de toda aquella “fachada de ropa”, y en la mayoría de los casos de coches alquilados, había muchas situaciones de trabajos agotadores  y penalidades. Me contaba Juan, que desde su Añora natal se marchó muy joven a Alemania, Stuttgart, que llegó a trabajar en tres sitios a la vez, además de trabajar también su mujer. Efectivamente fueron muchas las penalidades que acontecieron en muchos casos, y que quedan perfectamente reflejadas en la película “VENTE A ALEMANIA PEPE”. No fueron pocos los matrimonios  que se rompieron por la dichosa emigración, y existe el chiste del OMO y del TUTU, que reflejan el cachondeo que se traía la gente con estos temas.

LAS UVAS DE FIN DE AÑO (1949)

Como fin de todas estas fiestas, la gente del “Realejo para abajo” solían acudir algunos a las Téndillas  para comerse las uvas de fin de año. Por aquellas fechas las uvas se comían en las casas, en las que las había, ya que estaban muy escasas y caras. Mucha gente comía 12 almendras y algunos más avispados, se tomaban 12 copas de coñac, al son de las campanadas que nos ofrecía Radio Córdoba, EAJ-24, desde sus estudios de la calle Alfonso XIII. Rafael López, Josefina Quirós, Paco Vargas, ya se dejaban oír por las ondas.

En Casa de Lucas, en el Realejo, (Donde hoy hay una Farmacia), había una peña informal de amigos, que la formaban Adalberto López, Juan León, Miguel García, Rafael López, Ramón “El Llaverito”, etc. etc. fueron los auténticos pioneros en esto de tomar las uvas en la Plaza de las Tendillas,  ya que eran de los pocos que se desplazaban a la Plaza del Caballo, con sus “damajuanas”, con coñac y otras bebidas propias de media noche.

Todo ello se hacía en torno a las campanadas que daba un reloj que estaba ubicado en la parte superior del edificio del actual DAVID RICO. Este edificio en su totalidad era de un señor, que entre sus caprichos, estaba el de coleccionar cosas raras y llegaron a decir que tenía incluso momias. No obstante el fue el que colocó un reloj de campanas de la relojería Tienda, como remate de su edificio. Este edificio fue singular por varias cosas y entre ellas que alojó a los García Hidalgo, que fueron políticos con importante representación en Córdoba. Tenemos que decir que este reloj se inauguró en la nochevieja de 1929, y se repartieron para disfrutar de sus campanadas, 4.000 bolsas de 12 uvas.

Este reloj funcionó a satisfacción durante un par de décadas (1929-49), y la verdad que era el referente de la mayoría de establecimientos que había por aquella zona. Un establecimiento que lo utilizaba mucho para su horario era el Servicio de Correos, que estaba ubicado en la Calle Jesús María, en lo que luego sería SIMAGO., allí antes de que aparecieran los “almacenes del pollo”, hubo incluso un gran panel mosaico a base de azulejos que representaba la cabeza de ALMANZOR, como reclamo de un anuncio de anís.

A partir de esa fecha el reloj empezó a dar problemas y por Juan Galán, sabemos que ya en las actas capitulares del Ayuntamiento de 1957, aparece el siguiente texto: “La maquinaria de este reloj está agotada y que su reparación por la casa Blasco Boch de Roquetas (Tarragona), supondría un coste de 37.000.-Ptas. aproximadamente.” Por lo que dicho reloj pasó a mejor vida.

En 1961, con todo el boato del mundo se inauguró por parte de D. Antonio Cruz Conde, (Alcalde de Córdoba), el reloj flamenco que tenemos actualmente y que fue regalado por la casa PHILIS. IBERICA. A su inauguración asistió media Córdoba.

LOS MANTECADOS DE CORDOBA

El Intrépido y feliz empresario Pepe Arenas, era un inquieto empresario que no hacía nada más que sumar y sumar. Aparte de las lógicas quejas que pudiera tener, el decía que el movimiento se demostraba andando y eso fue lo que hizo. Por aquellos años de 1954-1956, el tenía un horno a nivel de pan perfectamente consolidado en las Costanillas, con una distribución muy eficaz. Pero el, de alguna forma, le encantaba la soltura del Horno de Cristina, que en la misma calle Costanillas, era pionera en el tema de las Tortas de aceite, Magdalenas, Bollos de Leche y otra bollería. En Córdoba, era prácticamente la que más vendía.

Así que un buen día de aquellos citados años 1953-54, este intrépido industrial decidió fabricar mantecados, al estilo de Estepa, Rute, o de cualquier pueblo que se terciara. Para ello, sólo necesitó que surgiera otro hombre tremendamente emprendedor, como fue Fermín Gómez Gutiérrez,  que era el alma de aquella Cooperativa de Funcionarios Públicos, establecimiento, que durante muchos años fue referencia inequívoca para cualquier Economato que se preciara, por calidad, clientes y precios. De esta forma y después de aquel acuerdo verbal “sellado” en Casa Pepe el Habanero; Pepe Arenas, empezaría a fabricar de 6.000 a 7.000 Kgs, de mantecados de todas las especialidades. Los hermanos, Pepe y Antonio Criado, uno de ellos emparentado con las Acaiñas, formaron parte importante de aquel grupo de confiteros que iban a hacer aquellas delicias. Los moldes metálicos se los encargaron a Manuel Calvo, personaje del barrio y que tenía la fontanería por debajo de la Sociedad de Plateros, junto a la casa de Isidoro  Barneto, personaje honorable de esta calle.

Para envolver los mantecados se contrató a 5 muchachas que pertenecían igualmente al barrio. Los papeles de envoltorio de todos los modelos, se compraron de la Papelería Victoria, que estaba enfrente del Ayuntamiento. Me decía Pepe Criado, que los primeros envases que utilizaron para transportar los mantecados, fueron las cajas vacías del aceite y otras que se encontraron de levadura. Agotadas todas las cajas usadas de cartón que había en el almacén, se terminó por encargar 4 docenas de cajas a José Arenas de la Calle Alfonso XIII, el cual ya estaba dedicado de lleno a los capirotes de Semana Santa. No estuvo mal la cosa para un debut en el terreno de la fabricación de los mantecados; atrás se quedaban la Colchona, Rute, Estepa y San Enrique. A partir de aquel año, Pepe Arenas, potenció este sector comprando para ello el Horno de la Calle Montero, el que dedicó exclusivamente para la bollería, dulces y mantecados. Ya habían pasado los tiempos del “Amoniaco” que era el único “reforzor” que se echaba en muchos sitios para que pujara la bollería.  

Mi agradecimiento a Juan Galán que desde su importante “Base de datos”·, nos pone al día de muchas cosas de nuestra querida Córdoba.