HISTORIA
Las Ermitas de Córdoba son un lugar de paraíso para el disfrute de los sentidos. Situado en la sierra de Córdoba, dando vida espiritual a un precioso enclave llamado el Desierto de Belén. Las Ermitas representan un “archivo” histórico y recreado de la historia espiritual de Córdoba.
En tiempos de las persecuciones musulmanas eran famosos los monasterios de la sierra cordobesa, de los que aún quedan numerosos vestigios. Restos de este antiguo esplendor monacal son los ermitaños que vivieron en el Desierto de Ntra. Sra. de Belén, hombres constantes en su fe y sencillez, que ni la exclaustración de Mendizábal pudo extinguir.
En la década de los años cuarenta del pasado siglo XX, aún florecían en vocaciones y observancia estos santos ermitaños; el ambiente que rodeaba su vida no podía ser más propicio para la unión con Dios. Pero comenzaron a escasear las vocaciones y algunas reformas, que se quisieron introducir para actualizar la vida de comunidad dividieron a los pocos miembros que quedaban. Unos se marcharon a Guadix, (Granada), y otros se integraron en la orden de los Carmelitas. El obispo de Córdoba, de quien dependían los ermitaños que quedaban en la sierra de Córdoba, autorizó el 28 de enero de 1956, la fusión con los Carmelitas.
En las condiciones de fusión quedó reflejado el compromiso por mantener “las Ermitas”, como un lugar singular en la sierra de Córdoba. Actualmente aquel enclave depende de la Orden Carmelita de San Cayetano.
El primer ermitaño fue Francisco de Jesús, cordobés nacido en el popular barrio de San Lorenzo en 1673. En dicha iglesia se encuentra su partida de bautismo y de defunción. En el periodo de 1703 a 1709, se construyeron las trece casitas que servían de aposento para los ermitaños, siendo nombrado Francisco de Jesús como Hermano Mayor.
Uno de los ermitaños más singulares que pasaron por la sierra de Córdoba, fue Juan de Dios de Santiago, poseedor del titulo de Marqués de Villaverde, en aquellos tiempos.
Se trata de uno de tantos ermitaños que habiendo llevado una vida cargada de honores se retiró a este apartado rincón en donde falleció en 1788, por su forma de vivir, su espiritualidad y sencillez, fue muy querido por los cordobeses. Juan de Dios, Marqués de Santaella y Señor de Villaverde, en su vida terrenal, tomó el hábito en 1780, cuando contaba 38 años de edad. El beato Diego José de Cádiz nos ha transmitido valiosas noticias sobre el modo de vida de este hombre, considerándolo como modelo de ermitaño.
Allá por el verano de 1964, se presentaron por la parroquia de San Lorenzo dos señores que venían buscando la partida de defunción del mencionado ermitaño, querían ver si aportaba algún dato aclaratorio sobre el original de su testamento, por la razón de no tener descendencia directa, no cabe dudas de que eran genealogistas.
Desde Córdoba y mirando hacia las Ermitas se puede observar el imponente monumento al Sagrado Corazón de Jesús, que fue levantado en 1929 por Coullaut Valera, por encargo del obispo D. Adolfo Pérez Muñoz. En las noches de verano es impresionante la visión que se nos presenta a la vista cuando miramos hacia la sierra, y vemos la imponente estatua perfectamente iluminada, dando vida y sentido a aquel marco incomparable de la sierra cordobesa. Los elegantes pinos que le acompañan a su derecha, son testigos de una paz que estimula la mirada.
Son muchos los cordobeses que en su últimas voluntades piden que sus cenizas, sea esparcidas por el entorno del Corazón de Jesús, cumpliendo de esta forma con un deseo mitad espiritual y mitad como prueba de su gran amor a Córdoba. Aquí viene bien la frase de nuestro poeta Antonio Gala.
“Una vez más, uno comprende que en esta tierra (Córdoba) se le hayan quedado enredados para siempre el corazón y la memoria.”
El monumento al Corazón de Jesús, sufrió por los años 50 varios desperfectos a consecuencia de las importantes tormentas que con aparato eléctrico descargaron por la zona. En ambos casos el pararrayos de protección no actuó por no tener la toma a tierra en condiciones. En las dos ocasiones la estatua fue reparada por el taller de los Hermanos García Rueda, de Puerta Nueva. Curiosamente la descarga eléctrica destruyó “la firma” (sello de Obispo), que figuraba en la peana de la estatua.
EL PADRE “LADRILLO”
Un día, a primeros del año 1961, en compañía del padre Guillermo OP. (“papá oso”, como cariñosamente le llamábamos los alumnos de la Universidad Laboral) en una de esas visitas dominicales que tanto le gustaban a él, fuimos de excursión a las Ermitas. Y los quince o veinte voluntarios que acudimos quedamos maravillados del recorrido que amablemente nos explicó el fraile que hacía de portero y que pudimos contemplar. Después bajamos por la Cuesta del Reventón y salimos hacía el Hotel el Brillante, y cortando por la calle incipiente de El Mayoral llegamos al barrio del Naranjo. Allí el padre Guillermo nos presentó al padre “ladrillo”, el párroco de aquella pobre parroquia levantada en medio de un grupo de casitas contrahechas y fabricadas con materiales de adobe. El barrio era muy humilde, y el esforzado párroco había puesto en marcha una operación, que denominó “ladrillo”, para recabar materiales que dignificaran las viviendas de aquellos conciudadanos. Estaba Muy contento porque le habían puesto una línea de autobús. Hasta el torero “El Cordobés”, que empezaba a ser famoso por aquellos tiempos, colaboró en un festival taurino en apoyo del proyecto del cura. Afortunadamente, hoy el barrio del Naranjo es una zona residencial más de Córdoba. Al padre “ladrillo”, D. Agustín Molina Ruiz, el pueblo de Córdoba le dedicó un monumento en 1999, en una zona céntrica del barrio. Justa manera de que la sociedad recuerde a uno de sus buenos hijos.
SARDINAS ASADAS
Era el 26 de julio de 1964, domingo, nos juntamos en San Lorenzo, Rafael Morales, Inocencio Montes, Manuel Afán, Pepe Estévez, José Montero, y unos cuantos más. Nos pusimos como meta, subir a las Ermitas, andando desde el Brillante, para comernos unas sardinas asadas por el camino. Lo primero que hicimos fue comprar el pan en el primitivo horno “El Brillante” de Ángel Roldán, que era un simple despacho de pan y tortas. Al parecer Ángel, se dedicó al negocio de la panadería por consejo de su hermano Leopoldo, que aún siendo panadero, tuvo un garaje de bicicletas bajando la calle Isabel Losa. (hoy floristería)
Ángel Roldán, se puede decir que fue de los primeros que en Córdoba, empezaría a elaborar “las magnificas magdalenas”, que cogieron justa fama por toda nuestra ciudad.
Al hablar de los Roldán, hay que mencionar a Manolo Roldán, que era el mayor de los hermanos, que vivía en la Calle Roelas, en la casa que popularmente se le llamaba “El Picadero” siendo vecino de Manolín “el Boca” (fallecido recientemente), y de los hermanos Cosano. Su hija Pilar Roldán, que se casó con uno de los hermanos Mancha, de joven, se juntaba con las hijas del no menos famoso “Juanillón”, (Avda. Jesús Rescatado), y batían todos los días el record de lanzar al aire “el diábolo”. Nos contaba el otro día Pepe Sánchez Aguilera, que era un espectáculo verlas lanzar el dichoso “diábolo”, pues en altura superaban casi el primer piso de la torre de San Lorenzo.
Al lado de este horno, se hallaba la taberna propiedad de Marcelino Barrena, (Antigua Venta de Vargas), aquello era como “Las Vegas del Parchís”, pues había casi veinte mesas dedicadas a ese tipo de juego y ni siquiera el famoso “Quiosco Guerrero” (Jardines de la Victoria), le hacía sombra. También fue el lugar en donde se fundó en Córdoba, la primera “Peña Taurina de el Cordobés.” En aquel establecimiento trabajaba a deshoras, Rafael Peña Hidalgo, que aunque trabajaba habitualmente en Westinghouse, (encargado del archivo de planos), siempre le gustó mucho el mundo de la hostelería. Tanto es así que llegó a ser dueño del restaurante “Los Almendros”, (antiguo “Los monos”,) en el cruce de Tras-sierra-.
Nada más hablar de “El Cordobés”, hay que hablar forzosamente de D. Antonio Jiménez del Rayo, el responsable de la Obra Social de los Sindicatos Verticales, que le sembró un mundo de rosas, para la carrera del torero de Palma del Río. El montaba por toda la provincia, fiestas y celebraciones, en las que incluía una actuación del famoso novillero. Hay que recordar de que en los comienzos del famoso torero de Palma del Río, este comía, se pelaba y vivía muy cerca de la Cooperativa de Funcionarios Públicos, que tenía su sede central en Avda. del Generalísimo, (hoy Ronda de los Tejares.) Hasta tal punto llegó la protección que Antonio Jiménez del Rayo, hizo por este torero, que le pidió a Fermín Gómez, el eficiente y magnánimo gerente de la Cooperativa de Funcionarios Públicos, que además de suministrarle, todas la viandas que necesitaba, pagarle el pelado en la barbería del “mudo” que allí existía. (hoy una frutería), le dejara su moto Vespa 125, para desplazarse a los pueblos. Mientras el torero vivía alojado en una pensión del Brillante, se “quedó” con la moto durante más de diez días, sin apenas dar señas de vida.
El primer coche que tuvo el Cordobés, fue un “cuatro-cuatro”, de aquellos Renault verdes, que le consiguió el citado Jiménez del Rayo, de los hermanos Sánchez de Puerta.
CORDOBESES
Nada más salir nosotros, del bar y dejar a Rafalito Peña, llegaba en esos momentos, Rafael de la Haba “el Cojo”, que venía de la “finca San Llorente”, montado en su borrico, para vender los “conejos” que había cogido durante la semana.
Rafael “El Cojo”, fue un personaje auténtico de la Sierra de Córdoba, a pesar de su pata de palo, que se reconvirtió del oficio de piconero, al arte de cazar conejos con el lazo, (ya que de algo tenía que vivir su familia, ante la prohibición de quemar monte.). Sus clientes principales los tenía en la tiendas de ultramarinos “Casa Caridad” (C/ Moriscos), y Casa “Margallo” (C/ Piedra Escrita), y en la Taberna de “Pepe el Habanero”. (C/ Obispo López Criado).
Después de dejar a Rafael “El Cojo”, en compañía de su borriquillo, empezamos a subir por el Patriarca, en donde nos paramos en un perol de los bastantes que había por allí. En dicho perol estaban entre otros, “el Cojo Palanca”, “El Claus” y Ángel Polo, todos clientes de Casa Millán. (San Juan de Letrán). Este Ángel Polo, fue el “artista” que con la ayuda de Antonio Hungría, formó los “medios-puntos de vidrieras” que se lucen en el patio porticado de la antigua Diputación Provincial, hoy Delegación de Cultura.
Más para arriba y lindando con los naranjos del Melero, estaba Ángel González Tapia, “El Calvi”, con su tío, poniendo las trampas. Allí pudimos ver con la facilidad que caían en las costillas, (trampas), los simpáticos “pichi-rubios”, que a decir del propio “Calvi”, eran los pájaros más “tontuelos”.
Cerca de la Fuente del Algarrobo, decidimos realizar el “asado” de las sardinas, que gentilmente nos había facilitado el bueno de Cervantes.,“El bizco”. Las sardinas fueron preparadas por Rafael Morales, “Faeles”, con ayuda de Manolo Afán, y nos las comimos, con un pedazo de pan y un trago de vino “peleón” de Casa Ordoñez, que llevaba el “Chencho” en su pequeña “damajuana”.
Después de comernos las sardinas, nos decidimos por visitar la Ermitas y aprovechamos la ocasión para subir a todo lo alto. Al entrar lo primero que oímos es a un fraile que hacía de portero, comentar con otros visitantes la costumbre de los antiguos ermitaños, de “facilitar comidas a los menesterosos que allí acudían”. Pero también nos llamó la atención, que alguien al parecer de los visitantes, sacó a colación la apoteósica actuación que había tenido el Cordobés días antes en Valencia, corrida que fue televisada en directo y en la que el singular torero de Palma de Río, cortó cuatro orejas y rabo. Recuerdo que nos llamó mucho la atención que hasta en la Ermitas habían llegado los ecos del Cordobés.
EL SILLON DEL OBISPO
Entramos, vimos el Corazón de Jesús, nos sentamos en el sillón del obispo Treviño, y decimos del “obispo”, porque lo mandó construir él, allá por 1815, para sentarse y poder “admirar” Córdoba, en sus frecuentes visitas a las Ermitas. Este Obispo cuando visitaba a los ermitaños, gustaba de compartir el menú especial campero del “huevo frito con chorizo” y le gustaba reposarlo, al aire libre y sentado en su sillón antes de volver montado en su mula a Córdoba. Hay que decir que el menú habitual de los ermitaños, eran “las habas con carne”, muchas veces la carne, eran los “cocos” que aportaban las mismas habas secas.
En aquel sillón se sentaban por costumbre los visitantes y según la tradición, introducían el dedo en un orificio, para buscar “un buen casamiento”. Era un deseo que lógicamente esperaban todos los que íbamos, pues éramos jóvenes en edad de noviazgo. Luego después vimos las “casitas de los ermitaños”, y nos llamó mucho la atención ver su sencilla construcción y su escueto mobiliario. Allí se respiraba pobreza y naturalidad por todas partes. Por colchón tenían una tabla de pino en el suelo.
LA ESQUELA
El entorno de las “Ermitas”, tenía un atractivo especial para muchos cordobeses, todavía recuerdo las veces que fuimos Paco Luque Obispo, su gran amigo “El Chaparro”, y yo, para disfrutar del paisaje y de los espárragos que había en el pequeño olivar de los ermitaños. Fueron varias veces las que por la simpática osadía del bueno “del Chaparro”, hubimos de “saltar la tapia” posterior para adentrarnos en el olivar, y después de recoger quince o veinte espárragos "trigueros", llegar hasta el murete de piedras que rodeaba las casitas de los ermitaños, pues allí había unas quince o veinte esparragueras “amargueras” que daba gloria rebuscarlas.
Un día disfrutamos de lo lindo, con los espárragos en las manos y sentados debajo del pino gigante que incluso se divisa desde Córdoba. Allí, contemplando Córdoba, daba la impresión que el mundo se paraba y se olvidaban todos los problemas, incluso hasta los dolores se quitaban. El clima, era ideal debajo de aquel majestuoso pino, pues se verificaban unas corrientes agradables de aire, y de aromas de la Sierra, que te hacían casi soñar despierto.
De vuelta a Córdoba, y estando en “Casa de Ramón”, (C/ Avellano), y a preguntas de Jesús Barba y de Pepe Pons, sobre la procedencia de los espárragos, “El Pela”, les contestó: “Los hemos cogido del Cielo”. Y es que ese paraje único de las “Ermitas”, quedó grabado para él como si fuera un pedazo de Cielo.
Años más tarde y cuando Francisco Luque, “El Pela”, desgraciadamente creyó que se “moría, le dijo a su familia que lo enterraran en las “Ermitas” y que por toda lápida le pusieran una madroñera de aquellas de las que él había contemplado en el camino de “ASUAN A LAS ERMITAS”. Efectivamente, su mujer y sus hijos, cuando este hombre murió, enterraron sus cenizas a los pies del Corazón de Jesús y detrás del sillón del Obispo Treviño.
Quiso quedar allí, admirando para siempre y desde la limpia altura, a la Córdoba de sus amores. Logró congregar en torno al Corazón de Jesús, a todos los suyos, con el olor del romero, y la sonrisa áurea de la madroñera. De todo hizo las veces de testigo el espléndido Pino gigante. Así quiso que fuera su esquela de despedida.