jueves, 1 de septiembre de 2011

AQUELLA MILI DEL AÑO 1965-1966


Se trata simplemente de recordar de forma afable un episodio más de nuestras vidas, que por muchos defectos que tuviera, contábamos con el maravilloso Capital de los 22 años. Fue el reemplazo de Marzo de 1965, que se licenció en Abril 1966.

EN CERRO MURIANO

Aquel reemplazo del 1965, venía ya con retraso en su periodo de incorporación, pues estábamos a Febrero, y los que ya teníamos 21 años cumplidos, no sabíamos nada de Servicio Militar. Recuerdo que incluso llegamos a preguntárselo a D. Blas, aquel simpático practicante de la calle Escañuela, que fue el que nos talló en el antiguo Ayuntamiento y él nos confirmó que no sabía nada. De la noche a la mañana nos enviaron una carta certificada y nos convocaron para un martes con urgencia en la Zona.

En la Zona de Reclutamiento pasamos una mañana oyendo puntos del Código Militar y nos fueron preparando para la marcha al Campamento. Seríamos un total de 200 reclutas. A los que íbamos al Muriano, nos llevaron a Lepanto, en donde nos dieron una comida al mediodía. Nos hicieron un reconocimiento en medio del patio, para lo que nos pusieron en "pelotas". Después de la comida de la noche, nos dieron una colchoneta (no había para todos), que al arrastrarla por el suelo, con las enormes gotas de cal que había (estaban blanqueando), hicieron casi irrespirable la nube de polvo que flotaba en el ambiente. Ante esta situación unos ya estaban despiertos a las cuatro de la mañana, y hubo un grupo los de “Castuera”, que a esa hora empezaron a arreglarse la ropa.

Tenemos que decir que el café de la mañana fue de aquellos de “mete y saca”, nos referimos al saco, lleno de café, cebada o lo que fuera, que bajaba y subía, por aquella carrucha hasta adentrarse en la caldera de agua hirviendo. El “chusco” de pan complementaba el desayuno. Ese día también nos dieron de comer, y la comida la preparó Antonio, el dueño del Bar Casa Antonio, de la Viñuela, que no destacaba precisamente por sus andares.

Después de comer nos dieron un rato de asueto y nos completaron el equipaje, de forma que a las siete de la tarde, nos llevaron a la Estación de Cercadillas y nos montaron en unos vagones que debieron pertenecer en su día AL FAMOSO CARRETA. A duras penas el tren arrancó y al pasar por el paso a nivel del brillante con las barreras echadas, recibimos los aplausos de la gente que veía pasar a tanto soldado en cinco vagones.

DOCE BAJO LA LONA

Ya de noche llegamos a la Estación del Muriano y cogiendo el camino de las minas, lo primero que observamos fue en la misma esquina de la carretera una pequeña Iglesia casi derruida, que fue construida en 1911, para atender a la colonia minera que allí surgió y que al no tener torre, tenía aún una enorme campana en el suelo a espaldas de la misma Iglesia.

A principios de los años setenta, esta Iglesia fue restaurada y se le incorporó una torre, en la que se ubicó aquella campana que estaba en el suelo.

La quinta del 1965, fue posiblemente una de las la últimas que utilizó la chabola en el Campamento de Cerro Muriano, e incluso fue la primera quinta que estrenó aquel uniforma de gala, en donde la prenda más importante eran aquellas botas “hebilladas” que daban un cierto “caché” y que claramente marcó un antes y un después en esto de la ropa en la mili.

En aquellas chabolas convivían doce jóvenes cada uno de su padre y de su madre y para colmo cada uno de su barrio. Había 6 literas dobles, en donde dormían 11 soldados reclutas y un cabo veterano, que estaba al mando del grupo. El primer cabo que tuvimos en aquellos meses se llamaba “Horrillo” que tenía una obsesión por la vela que por toda luz, tenía la chabola. Quizás por falta de carácter para tratar al grupo, fue sustituido por uno que le decían “El Carloto”. Este cabo tenía obsesión por la marcialidad y las voces de mando.

Nuestra ubicación en la Chabola, quiero recordar era la siguiente:

En la primera litera de la izquierda, la ocupaban: Ángel Márquez, de Villanueva del Duque, y Bernardo Moreno, de Córdoba.
En la segunda, Rafael González y Antonio Martínez, ambos plateros y de Córdoba
En la tercera, Joaquín Martos y José Luís Thous, ambos de Córdoba, eran lo señoritos de la chabola.
En la cuarta, Miguel Mújica y el cabo Horrillo, uno de Espejo y otro de Castuera.
En la quinta, José Mendoza y Rafael Mendieta, ambos de Córdoba y del Campo de la Verdad.
En la sexta, M. Estévez y Juan Membrives, de Córdoba y la Rambla respectivamente.
El Jefe del Batallón: Comandante Navarro Mancebo.
El Capitán de la compañía: Giráldez Fernández.
Los Tenientes de las secciones: Villalonga-Espinosa de los Monteros y Márquez
Un primero se llamaba Pilo Sanz y el otro primero, era Sánchez Puebla.

GRAN SUERTE

A la mañana siguiente y nada más ir para el llano a donde nos “pelaban”, tuve la gran suerte de encontrarme con dos amigos de mi barrio que ya eran veteranos: Manolo Vargas y Pepe Millán, que estaban destinados en la Compañía de Servicios, uno de Fontanero y otro de Sanitario. Ambos se portaron de forma maravillosa y ejemplar, de eso pudo dar fe toda mi chabola. Supuso para nosotros una tranquilidad enorme encontrar a dos amigos de tu barrio por aquellos parajes. Hoy desgraciadamente los dos están fallecidos, se murieron muy jóvenes, pero siempre los recordaremos por lo bien que se portaron.

A los pocos días de andar de aquí para allá me quitaron el gorro y lo pasé fatal, localicé a mi amigo Vargas, y le faltó tiempo para traerme al momento otro gorro, e irónicamente me comentó: “En el ejercito no se pierde nada, solamente cambia de sitio”. También ellos nos proporcionaban agua cuando ésta escaseaba y de todo lo que necesitábamos, fue una forma de rendir tributo a la amistad. En una ocasión les quise invitar a comer en la cantina, con tal, de no esperar a comer “terraplén arriba o terraplén abajo”. Ellos se encargaban de todo, y lógicamente comías el menú estrella de aquella cantina. “sardinas fritas”. Recuerdo que uno de los cantineros, era el simpático Luís Molero, que hasta hace poco ha sido el eficiente sacristán de San Andrés, y él pregonaba por encima de las manos de los que mucho pedían: ¿De quien es esto? Y tú siguiendo la recomendación de los veteranos, decías, ¡mío! cogiendo tus sardinas que a lo mejor pertenecían a otro. 

Hasta que terminó el Campamento, no dejamos de tener a dos auténticos amigos, que se esforzaron por hacernos la Mili agradable.

MALA SUERTE

Al igual que me tropecé con estos dos amigos, en la misma compañía, había un veterano (Cabo Fulano de tal…) que era el cabo furriel. A este lo conocía del Colegio, de los Salesianos y de la Cenemesa. Además vivía por encima de Recachutados Victoria, (Fuensantilla), Por respeto a su exquisita familia, no quiero mencionar su nombre, pero en contraste con mis amigos anteriores, este fue un personaje que se convirtió para nosotros en una auténtica pesadilla. Desde primera hora se obsesionó por complicarnos la vida. El, que estaba acostumbrado a que todo el mundo le escuchara decir. “Yo soy ingeniero, vivo en un chalet del Brillante, mi tío es general, etc. etc.” Al vernos a nosotros que le conocíamos y bastante bien, le DESARMÓ, su forma compulsiva de mentir que tenía a todo el mundo.

Quizás como venganza y para “demostrarnos su poder” nos negaba los permisos de sábados a lunes, por lo que no podíamos bajar a Córdoba, para lavarnos. Nos apuntaba a todo aquello que nadie quería apuntarse, sin tan siquiera preguntarnos. Sin aún ser soldados nos nombraba la “imaginarias” más perjudiciales, como las de las dos de la madrugada. Todo su afán era demostrarnos que allí manda él..

¡QUE MAL RATO!

He dicho antes de que no es necesario que se cite su nombre, pues de sobra será conocido al día de hoy, por todos los bares y sitios que suela visitar, ya que su afán compulsivo a mentir y de inventarse trolas, no se le ha quitado, y esto lo identifica claramente ante cualquiera. Estábamos en vísperas de la Jura de Bandera, ensayando la GRAN PARADA MILITAR, es decir; todo el Regimiento (5 batallones) en perfecta formación, con el coronel Mateo Prada Canillas, al frente y cuando parecía que estaba más solemne la Parada, surge el capitán de mi compañía y en voz alta dice: “Fulano (en alusión al cabo embustero), quienes son los chulos que le querían pegar a un cabo”, ante esta pregunta “El cabo fulano” se volvió hacia mi y mi compañero de fila., y nos señaló con el dedo. Yo, no entendía aquello, y cuando aún estaba perplejo, veo que se acerca a nosotros el capitán y nos dice “Os voy a mandar a un Castillo de trabajos forzados”. Yo al oír estas palabras, me entró ganas de morirme, ganas de llorar, ganas de todo. Si no me dio un infarto fue de milagro.

El alférez Pérez de Lama, ingeniero de caminos, con el que colaborábamos en el tema de los analfabetos, aclaró este mal entendido con el capitán, y que había sido producto de la “osadía” y mentalidad “vengadora” de este hombre. Fue llamado al orden por el mismo capitán, pero como estábamos en vísperas de la Jura de Bandera, aquello se enfrió. Terminó la Mili, y yo quise olvidar este tema, solamente lo recuerdo ahora al cabo de los 45 años.

EL PARQUE DE AUTOMOVILISMO

A primeros de junio de 1965, bajamos del Campamento del CIR nº 5, (Cerro Muriano), y nos apeamos de aquel tren en la “ganadera” estación de Cercadillas, y de allí con el macuto al hombro, nos llevaron a la Base de Automovilismo. Al mando del grupo iba el 1º Ramón Tamaral, que para la ocasión iba vestido de “gala”. 

La doble fila que formábamos, aquel grupo de soldados, era una escena muy propia de una película al estilo de “Recluta con un niño”. Pero el 1º Tamaral, con sus gritos de: “Esa cola… que os meto un puro…venga marcando el paso…” No se resignaba a demostrar a todos los viandantes, que era él, el que mandaba en aquel grupo de unos cuarenta soldados, y tenía interés en demostrar a la gente de la calle, que íbamos más o menos dispuestos a algo parecido al desembarco de Normandía.

Nada más llegar a la Base y entrar en la amplia compañía, casi todos nos dirigimos a una BOCA DE RIEGO que había en el centro de la misma, precisamente debajo de la cama de un tal Mancera que era el telefonista de la Base. Que alegría, que abundancia de agua, sobre todo después de venir del Campamento, en donde se habían secado la mitad de los pozos y sólo se bebía con la ración de agua que te daban del camión depósito, y eso que algunos tuvimos la suerte de encontrarnos con Manolo Vargas, que era amigo, y que como hemos dicho nos proporcionaba agua de contrabando. Para lavarnos utilizábamos el agua que daban “los pozos” de los futuros pilares que se estaban haciendo para las naves y edificaciones que hoy están en pie. Aunque el agua no se podía beber porque tenía un sabor a cobre, al menos nos servía para lavarnos.

También nos dimos cuenta de que en el Cuartel, en vez de trompeta para llamar a la tropa, existía una sonora campana. Otra cosa que nos alegró mucho, fue poder comprobar la existencia de un amplio comedor, con mesas y sillas, incluso con su exquisita decoración. Atrás se quedaba el comer “terraplén arriba y terraplén abajo”, en aquellas “marmitas comunes”, y teniendo que esperar algunas veces unas colas interminables.

Nos sorprendió el hecho de ver a buen número de trabajadores civiles circulando por la base, sobre todo a la hora del bocadillo, en que pasaban por la puerta de la barbería, para coger un “chusco” que se les facilitaba a cada uno. El portero de los talleres que era el compañero Lagares, atendiendo instrucciones del teniente Ortega, cuidada de que solamente se cogiera un chusco por cabeza.

Al principio de los años sesenta, desapareció el Cuartel que había en el viaducto, esquina Calle Doña Berenguela, y por tanto se había concentrado la tropa y los Talleres en la Base, que se encontraba junto al paso a nivel de los Santos Pintados, en donde debajo de aquel agradable emparrado, el bueno de Enrique, entre tertulia y tertulia, vigilaba el paso de los trenes y cuidaba de las barreras.

El primer día que llegamos a la Base, y en la primera formación que hicimos por la tarde, nos arrestaron a los compañeros, Santamaría Cañones, Meléndez Villagras, Espejo Sánchez, Los Hermanos Peralta, y el que esto relata. Y nos arrestaron porque nos “pillaron” con la ropa de paseo puesta. Teníamos miedo de que nos robaran algo del macuto, pues los teníamos sin candado. Protestamos la falta del candado y nos echaron dos días más.

EL DIA SAN JOSE

Ya en la Base, en Marzo del 1966, me pidió el cabo cartero Mateo Maya Sánchez, “que le sustituyera” el día de San José, para que el pudiera marcharse a la Rambla, para poder estar con su novia. Se trataba de que yo hiciera su labor de “cartero”, para ir al Gobierno Militar, recoger la Orden de la Plaza, y luego pasarme por el apartado de Correos y recoger todas las cartas que hubiera para la Base. Al llegar a la Base, entregué el correo al Teniente Guerrero, que estaba de guardia.

“COGE AUNQUE SEA UN TANQUE”

Cuando iba a salir por la puerta para marcharme a mi casa, se acerca a mi el teniente Guerrero y me dice: “Tu Cabo, adonde vas, y yo le contesté, a mi casa, y entonces él con toda la petulancia que arrojaba su enorme corpulencia, me dijo: “Cabo, coge esta carta y la llevas a la Comandancia de Obejo”. Ante aquella petición, yo medio asustado le conteste, Mi teniente, yo no tengo ni carnet de conducir, ni vehículo, No me importa, me dijo, COGE UN TANQUE DE ESOS si hace falta y llevas la carta de inmediato. Al terminar de decir esto, y por toda explicación, se dio media vuelta y se dirigió para el cercano Bar SIBONEY, que estaba en la esquina.

Ese día estaban de guardia, Pepe Lara, Antonio Tamayo, Rafael Almoguera y Patricio Carmona. Ante mi desesperación ellos no podían hacer nada. Entonces fue el servicial Laureano Mancera Amador, el que se ofreció para llamar al sargento Pascual y comentarle el caso. Afortunadamente “mi sargento”, me contestó que cogería su moto Vespa 125 y se vendría para la Base. A la media hora o cosa así, se presentó en el cuartel y me dijo: “Coge la carta que nos vamos para la Comandancia de Obejo”. A todo esto el teniente Guerrero, seguía en el Bar SIBONEY.

Efectivamente llevamos la dichosa carta a Obejo y pudimos ver que allí no había nadie, solo había un exiguo cuerpo de guardia.

Volviendo al teniente Guerrero, el que mejor podía hablar de sus caprichos era Pepe Alcaide, que siendo sacristán de San Andrés, le tocó sufrirlo como jefe en la Oficina de Control. Un día ya jubilado el sacristán nos comentó: “El teniente Guerrero para lo bueno o lo malo era un caso extremo.”. En una ocasión iba yo en un entierro vestido de sacristán y por poco casi me obliga a hacerle el saludo militar.

Salvo incidentes como éste, en general nuestra mili en la Base de Automovilismo, se pudo considerar como una buena experiencia para nuestras vidas, en donde coincidimos con mandos, compañeros y civiles que siempre recordaremos.

Entre los compañeros, tenemos que mencionar a los Lagares, a Patricio Carmona, Antonio Salazar, Rosal Moya, Manuel Meléndez, Pepe Lara, Trassierra Civico, Antonio Mancera, Mateo Maya, Manolo Zurita, Rafael Almoguera, Polo Luque, Los hermanos Peralta, Ricardo Ruiz, Lázaro Pozas, Mújica Hidalgo, García Vinuesa, Cayetano Ruiz, Mendoza, Campos, Rafael Almoguera, Miguel López, y el amigo Reyes, que no apareció en toda la Mili., etc. etc.

Entre los Civiles, citaremos algunos:

Al Maestro Padillo, Este maestro era un hombre pacifico y muy respetado. Su sección era la de electricidad del automóvil. Posiblemente era uno de los más veteranos de la plantilla. Llamaba la atención verle por las calles del barrio montado en su enorme moto con sidecar, acompañado siempre de su estoica esposa. Decían de él que ya estaba en su sección, “Como un auténtico florero”, pues el que manejaba el taller era el joven y dinámico Alférez Relaño.

A Rafael de la Virgen, Maestro del taller de mecanizado, gran profesional y mejor persona. Durante sus tiempos libres tenía un taller en la calle el Agua, en donde se hacían trabajos para los plateros. Disfrutaba mucho con la cacería y el campo. Un día estaban hablando en la Sociedad de Plateros de ir a “coger ranas” y lo expresaron tan claro y alto, que lo escuchó un tal “Leones”, al cual le faltó tiempo para ir a casa “El Tomate” (Cerro la Golondrina), y contárselo a su amigo Curro. Al día siguiente se presentó Rafael de la Virgen, y su grupo totalmente “bolos”, ya que no habían cogido ninguna rana., El “Leones y el tal Curro” dos horas antes que ellos y con un “garlito” de trapo rojo, habían dejado la charca totalmente “seca” de ranas. Ante la sorpresa de los “fracasados” el tal “Leones” en la misma taberna les enseñó el petate de ranas que les había “birlado”.

El amigo Márquez, el pintor, toda una institución en San Juan de Palomares y en San Lorenzo, en donde había sido toda la vida su barrio. Además de un excelente pintor, sin apenas instalaciones, fue en su juventud un magnifico jugador de fútbol en el equipo de la popular Electro Mecánicas, alternando con Patricio, Luque y Mariano García, entre otros. Sus rivalidades con el San Lorenzo y en concreto con el “Chato Efrén”, fueron muy sonadas. Su familia fue muy querida en el barrio.

El simpático Heredia, gran tapicero, y mejor conversador, pues hablaba y sabía de todo. Perteneciente a la saga de los Heredias, que fueron santo y seña de la Peña de los Romeros de la Paz. Este hombre siempre que se cruzaba con el coronel, le pedía algo, pero casi siempre su monólogo se refería a la necesidad “necesito pasta”, pues casi siempre tenía una primera comunión familiar pendiente.

Rafael Peña “Peñita”, este era de los civiles más simpáticos y queridos por los soldados. Trabajaba en automovilismo y era un gran “esmerilador de válvulas.”. Probó suerte como profesor en la Universidad Laboral, pero según decía él “La trigotometría” le traicionó y por ello no superó unas pruebas que le pusieron. Y por eso al poco tiempo tuvo que volver al Parque. Este hombre era aficionado a los toros y al fútbol, y se le podía ver muchos domingos de acomodador en ambos espectáculos. Luego mantenía animadas tertulias en su puesto de arropías de la esquina de Alonso el Sabio, tanto es así, que de forma simpática se le llegó a denominar “El Quiosco de Carrusel”. Hoy en día dicho puesto está explotado por uno de sus yernos.

Rafael.“El Pringues”, posiblemente uno de los mecánicos más completos de Córdoba. Especialmente en el tema de los camiones y vehículos pesados. La mecánica de coches y vehículos, no tenían ningún secreto para él. En suma era un fuera de serie. Durante bastantes años, tuvo un taller en el simpático “Valle de los Buitres”, en donde según él, daba “clase todos los días”.de buena mecánica. Una desafortunada enfermedad le apartó en plena juventud de la actividad que había sido su vida. Su padre tiene el “baratillo de la Corredera”.

Maximiliano Calero, el hombre que llevaba el control de las Órdenes de Reparación, de todos los vehículos que entraban en la Base. Siguiendo instrucciones del Jefe de talleres, el teniente Jarabo, su misión era enseñar a los soldados para que se adiestraran en esta labor. Como los soldados “hacían” el trabajo, a él, le sobraba todo el tiempo del mundo para hacer Jeroglíficos, que era su pasión. Al margen de esta afición siempre fue un gran andarín y con frecuencia se le podía ver marchando por los caminos de la sierra en compañía del Pepe Taguas, Perico Pareja, y otros amigos de casa Baltasar de la Magdalena. Ahora está en la Residencia de frente a la Compañía.

Bernabé Peña, formidable tornero, gran persona y un excelente cordobés de pura cepa. No voy a resaltar aquí los husillos de dos entradas que este hombre pudiera haber hecho en su vida profesional. Simplemente voy a ponderar aquí, su amor a Córdoba, que siempre lo tuvo muy a gala, demostrándolo durante muchos años en compañía de su amigo el famoso “Charla”, tocando ambos sus bandurrias, en aquellos ratos inolvidables de la vida en los que hizo disfrutar a sus paisanos e hizo más grande a Córdoba.

Y entre los militares, tenemos que citar:

Al coronel Sánchez Ferragut, al que llamaban de forma simpática “El pomelo”, por su coloración y estatura. Era un hombre con una preparación muy técnica e ilustrada y poseía una gran biblioteca. El caballo de batalla de este militar era su hipertensión, que por indicaciones del oficial médico, yo procuré controlar durante el tiempo que estuve a su servicio. Tomaba “Emconcor” y me ordenó que se lo escondiera detrás de la Enciclopedia Labor, que tenía en su despacho, pues no quería que su señora se enterara de nada. Cuando se marchó a Sevilla (Parque y Maestranza), casi todos los militares que quedaron me querían “pelar”. Afortunadamente la sangre no llegó al río y pudimos escapar medianamente bien, en el nuevo destino que fue Ayudantía.

Capitán Garrido, más que como militar habría que valorarlo como jefe de la Administración y Gestión económica de la Base. Tuvo poco trato con la tropa, pero siempre fue correcto y educado. Tenía estilo y su bigote le daba seriedad y respeto. Era un hombre de valores importantes e intentó siempre darles buena relación a los trabajadores. Me admiró contemplar el buen archivo que había organizado en el sótano.

Capitán Medina, era el jefe del CMIR, y muy severo en su trato. Temías cruzarte con él, por medio del patio, pues temías siempre que advirtiera cualquier irregularidad en tu vestimenta o pelado. Siempre te llamaba la atención por lo que fuera. Afortunadamente y a través de su asistente, supimos cual era su tremenda debilidad, y ésta no era otra QUE SU GRAN DEBILIDAD POR EL REAL MADRID. Advertido este detalle, todo fue “miel sobre hojuelas”, y solamente se trataba de que de vez en cuanto te oyera echarle algún piropo al Real Madrid. En realidad estos militares muchas veces eran como niños. 

Luego resultó que el Capitán Fuertes, que llegó después, era más forofo del Madrid, que el propio Bernabeu.

Teniente Guerrero, era el único teniente de la llamada escala activa. Tenía fama de que le gustaban las fiestas nocturnas y la diversión en exceso. Fue muy aireado en Córdoba, uno de los incidentes que le ocurrió en la Sala de Fiestas COPACABANA, Esa noche del principio de los años sesenta, según me ha comentó José Sánchez Aguilera, (Encargado de la Sala), sería las dos de la madrugada, cuando llegó a la citada sala de fiestas y al parecer venía “rebotado” de la “SEGUNDA”, en donde había tenido una pequeña trifulca. Como siempre para estas ocasiones, a él le gustaba vestir de atuendo un “Mono Azul", con las estrellas en fondo rojo”. Incluso gustaba de llevar pistola. Nada más llegar pidió una copa y empezó a bailar y a plantear algunos problemas. El encargado, el citado José Sánchez, le pidió que guardara cierto orden y él le contestó más o menos: “Vd. Sr. Encargado sabe quien soy yo, si lo sé, le contestó, Vd. es el capitán Guerrero, pero aquí dentro es uno más, como cualquier otro cliente. Malhumorado y lanzando toda clase de amenazas, hizo ademán de sacar la pistola y afortunadamente se lo impidieron.”. Al poco rato se marchó sin más incidencias, pero aquello se propagó por toda Córdoba.

También hay que decirlo en su haber. El teniente Guerrero, cansado de que el “GAS-OIL” se perdiera a “chorros” en la pruebas de vehículos que salían a la calle, hizo colocar una gasolinera que controlaba el combustible que se echaba en los vehículos para las pruebas. De esta forma evitó un abuso que solía darse con alguna frecuencia, pues para realizar cualquier prueba, salía el vehículo lleno de combustible y volvía vacío. ¿Dónde se quedaba el otro?. Esta idea fue muy positiva para la Base.

Teniente Ortega, era el clásico militar que se conocía todas las guerras y todos los olores a “chusco”. Yo trabajé con el en Ayudantía y la verdad es que confiaba mucho en sus colaboradores. De él dependía el Bar de la tropa, y solamente con que le “cuadraras” las cuentas y su saldo, se quedaba conforme. En una ocasión nos pidió que le pasáramos a máquina cuatro o cinco folios. Al parecer los militares de la escala auxiliar tenían que “rendir cuentas” de forma periódica sobre su formación. En esta ocasión me daba unos folios, totalmente amarillentos, de haber pasado de unas manos a otras. En definitiva hablaba sobre las “guerra de guerrillas” que se dieron nada más y nada menos que en la guerra de Filipinas. Con toda seguridad estos textos los escribiría uno, hacía ya mucho tiempo, y se lo fueron pasando de unos a otros.

El compañero Manolo Zurita, cuando se licenció se dejó atrás una revista de actualidad que se llamaba HORIZONTES. De leerla una vez y otra, nos aprendimos casi de memoria, lo que decía el general americano Westmoreland, sobre la tácticas de guerrillas que utilizaba el general Giap, en aquella guerra del Vietnam, y que motivó la salida de los americanos con la cabeza baja de la Península de Indochina. Entonces se me ocurrió cambiar el trabajo de la “guerra de guerrillas” de las Filipinas, por estos relatos más actualizados del Vietnam, y se los comenté al teniente, el cual sin apenas prestarme atención me dijo: “Has lo que tu creas conveniente y me lo das para firmarlo, tiene que salir en el correo del lunes”. Efectivamente, yo le actualicé el tema de la “guerrilla” y se lo di para que lo leyese, pero él sin mirarlo apenas, lo firmó y me dijo que lo enviara al correo.

Durante dos semanas no se habló nada de este tema, pero recuerdo que era un viernes y llamándome a su despacho me dijo: “¿Cabo, tu que has puesto en la carta que hemos enviado a Capitanía?”, Entonces yo le noté sumamente preocupado, pues le pedían por correo “vía Gobierno Militar” que se presentara sin falta el martes siguiente en Sevilla, en el Área de Instrucción.

El, a pesar de todo lo que aclaré estaba algo preocupado. El lunes no se presentó por la Base, al parecer pediría permiso para meditar el asunto de Sevilla.

El miércoles, se presentó en el Parque, con un semblante de fiesta e incluso con el traje de gala. Al parecer le habían condecorado por el trabajo sobre la guerra de guerrilla, que ni siquiera había leído. Enseñó su Diploma y una medalla que le dieron.

El Teniente Daniel, un gran profesional en temas de secretaria. Era un maestro en temas de oficios, escritos y articulados. Estaba todo el día redactando oficios y cartas referentes con la tropa. Era un hombre que quizás por la edad le gustaba de vez en cuando un "vasito" de vino y cuando tenía su ración le daba por decir “jopo, jopo” y esas eran las palabras con las que nos avisaba de que teníamos que tener cuidado.

El Brigada Zamaniego, este militar era evidentemente de la escala auxiliar, pero sabía más de mili y del ejército, que el mismo general. Mac Arthur. Le llamaba la atención a todos los compañeros y los solía poner en ridículo cuando no llevaban la razón. Con la tropa se volvía mal encarado y excesivamente “legalista”. Cuando le tocaba guardia, hacía que la tropa “contara” hasta las balas de las cartucheras. Para revisar la limpieza de las perolas en la cocina, hacía lucir la luz de su “Lambretta” para verificar mejor la limpieza. El soldado Pedro Tinajones, le facilitó un brebaje casero contra la caída del pelo y eso le hizo que se convirtiera en el soldado con más poder de la Base.

Sargento Pascual, un trabajador metódico y eficaz, poco hablador, pero con sus colaboradores se entregaba lealmente y los defendía en todo lo que podía. Era el encargado de hacer unos “estados trimestrales” en los que había que rellenar infinidad de datos, que lo hacía con gran lucidez y eficacia. Llevaba de forma modélica el control de salida y entrada del correo. Era un gran profesional, que con toda seguridad hubiera prosperado con rapidez en la empresa privada. Tenía un sentido muy acusado del respeto a los superiores. En la cocina se defendía muy bien aunque no era su fuerte. Era muy honrado con las dietas de la comida.

Sargento Briones, nada más que mencionar su nombre nos suena a bondad. Era torpón en cosas de oficina, pues lo suyo eran temas de cocina, en donde demostraba que era un excelente cocinero y comprador. Todavía recuerdo las patatas al jerez, que se solían comer cuando él estaba de cocina. También le gustaba un "vasito" de vino y cuando coincidía de servicio con el teniente “jopo, jopo”, la guardia muchas veces era imprevisible, debido a lo miedosos que eran los dos. Disfrutaba explicando la fórmula del movimiento de “proyectiles”, que se la había aprendido poco menos que de "memorieta", cuando hizo los cursos de artillería. Ya de teniente, vivió en la Calle María Auxiliadora, en donde murió relativamente joven, se jactaba de que el dueño del Churrasco, Rafael Carrillo Maestre, que fue soldado de Automovilismo, había comido sus patatas al jerez.

El fue el que se preocupó de que a un hombre que dormía en los bajos de la obra de lo que luego fue COLCHONES NUMANCIA y hoy es un Supermercado, no le faltara diariamente su comida. Igualmente le daba comida a todo el que llegaba a la puerta de la Base.

EL SOLDADO SENCILLO

Al final quiero citar a un compañero SOLDADO, que se llamaba, José Mª. Vicioso, que fue una bendición para la Base. Desde primera hora se acopló en la cocina, y trabajó como un condenado para que sus compañeros comieran cosas sanas. Luego tuvo detalles que le sitúan en el UMBRAL DE BUENA PERSONA, cuando en las Navidades del año 1965, el Alférez de complemento SILVANTOS, discutía el servicio de cuartelero, él, para que sus compañeros pudieran ir a pasar la Nochebuena con sus familiares, le dijo: “Mi jefe, yo atranco una cama en la puerta de la Compañía, y aquí no entra nadie”. Pero no es este detalle aunque importante por lo que quiero recordar a este compañero. Nada más llegado a Córdoba, él, que era de una de las aldeas de Fuente Obejuna, le tocó GUARDIA, de plantón en la puerta junto a la chatarra. Entró en el relevo de las dos de la tarde, y a las dos y media como siempre tocó la campana para el COMEDOR. Él, con toda la tranquilidad del mundo, soltó en sitio cómodo el MOSQUETÓN, y se fue corriendo para el comedor. Algunos compañeros y veteranos se dieron cuenta del detalle y le dijeron: “Oye Vicioso, tú no sabes que el MOSQUETÓN, es sagrado y no se debe abandonar” A lo que él contestó: “Lo más importante para mi, es lo que me ha dicho la buena de mi madre, de que la comida "ES SAGRADA", por eso yo voy corriendo para coger el mejor sitio del comedor”. Ante estas palabras y su realidad, los Reglamentos y Leyes Militares, hacían agua.

5 comentarios:

Rafael Arjona dijo...

Siempre me admira tu extraordinaria memoria, ¿o es que llevabas un diario? No sólo recuerdaslos nombres de los compañeros de chabola, sino hasta el lugar que cada uno ocupaba en las literas. Yo hice la mili dos años más tarde y, en efecto, en el CIR 5, donde hice el campamento, ya había barracones en sustitución de las chabolas. Pero seguía faltando el agua. Sólo la teníamos en el comedor, una jarra de unos dos litros para dieciséis. Había unos estupendos servicios con fantásticas duchas, que no podíamos utilizar, justamente porque no había agua. Yo tuve suerte, pues pude bajar todos los fines de semana a mi casa y asearme adecuadamente. Por esta causa principalmente, la de la falta de higiene, en todos los reemplazos se producía algún caso de meningitis, como la enfermedad más grave. En mi reemplazo se produjeron dos. En la Zona, el primer día, la lectura del reglamento militar nos sonó a más de uno a cuerno quemado: la condena por la mayoría de las faltas era la pena de muerte. Luego estuve destinado en Artillería 42, en Medina Azahara. Estuve en el almacén, donde todavía estarán tratando de arreglar el emburrio que dejé en la contabilidad, pues di prendas militares a todos los compañeros a los que les faltaba algo al tiempo de licenciarse y cuadré el inventario haciendo todo tipo de enjuagues. Recordarás que había que entregar la misma ropa que nos dieron al llegar. Cuántas anécdotas, ¿no?. Lo mejor, desde luego, era la edad que teníamos. Y, qué quieres, yo me alegro por los chavales de ahora que se libraron de esta obligación. En el año que estuve en Artillería no vi ni un cañón, aunque, eso sí, me hinché de hacer guardias.

Manuel Estévez dijo...

Estimado Amigo Molon

Efectivamente lo mejor que tuvimos en aquella época fue la edad.

Recuerdo que nos llevaron a Obejo campo a través, para presenciar una exhibición de SALTOS DE PARACAIDAS, con sus señales de humo y todo.

Pues bien quizás porque estaban en sus comienzos este Arma, no cayó ninguno en el espacio que tenían señalado para ello.

Recuerdo que uno que cayó detrás de nosotros hubo que descolgarlo de una encina.

Que lástima que el "Cabo fulano,..
no se hubiera quedado en lo alto de cualquier encina..."


Saludos

Unknown dijo...

No recuerdas a gente de sevilla del Regimiento sagunto 7 ?

Unknown dijo...

No recuerdas a gente de sevilla del Regimiento sagunto 7 ?

Manuel Estévez dijo...

Amigo comunicante:

Si recuerdo a una chabola que había hacía la derecha, más o menos hacía la mitad de la compañía en donde estaba la chabola.

Recuerdo perfectamente a una chabola de compañeros sevillanos y personalmente hablé con uno que tenía estudios superiores. De forma lamentable el campamento al final nos resultó corto y no pudimos entablar mejores conversaciones.

Me gustaría recordar tu nombre, y del de tus compañeros.

Saludos amigo