martes, 27 de julio de 2010

Lo que el pilón de San Lorenzo pudo ver


Los amigos de los blogs cordobeses “Calleja de las flores”, “Puerta de Osario”, “Notas Cordobesas” y “Puente Mayor” son un ejemplo continuo de amor a Córdoba, que tanto nos hace falta. Por ello yo les quiero dedicar esta pequeña y sencilla colaboración, a partir de mis humildes vivencias de barrio, titulada “Lo que el pilón de San Lorenzo pudo ver”.


ALGO DE HISTORIA DEL BARRIO DE SAN LORENZO

Este barrio, perteneciente a la Axerquía, se sitúa sobre el emplazamiento del antiguo arrabal árabe de Munyat al-Mugira. En él nació y vivió Ibn Hazm (994-1064) poeta musulmán del siglo XI, mundialmente famoso por escribir “El collar de la paloma”.

Tras la Reconquista, y reemplazando una antigua mezquita, se edificó la iglesia que dio el nombre actual al barrio. Es una de las catorce iglesias fernandinas, pero de ella se dice (con perdón para la gente de otros barrios) que es la más bella de la ciudad. Posee un esplendido rosetón gótico-mudéjar en su fachada principal. Otros elementos que la hacen particular son el pórtico delantero, de tres arcadas y que proporciona un inconfundible sabor medieval, y la torre, compuesta de tres cuerpos.

El barrio, además, es uno de los más importantes en la historia de los patios cordobeses, que son muestra de cómo vivía la población no hace tanto tiempo. Por desgracia, muchos de estos antiguos edificios han desaparecido con el paso de los años, sustituidos por viviendas de moderna factura. Pero también hay que aclarar, en honor a la verdad, que algunas de ellas mantienen esta tradición, abriendo sus puertas cada Mayo.

Pero no es sólo en Mayo cuando las calles se llenan con vida. El barrio de San Lorenzo también tiene una larga tradición en la Semana Santa, con procesiones todos los días excepto el Viernes Santo, si es que descontamos las altas horas de la madrugada de este día cuando el “Esparraguero” es llevado prácticamente en volandas a golpe de saetas por la calle María Auxiliadora hasta llegar a su iglesia de los Trinitarios.




LA PLAZA Y EL PILÓN

En 1912 el entorno de la plaza de San Lorenzo fue sometido a una importante remodelación, de la que se pueden destacar las siguientes actuaciones:

- Fue colocado el reloj de la torre a solicitud del Ayuntamiento.

- En la plaza se dejaron solamente 6 acacias de las nueve que se sembraron inicialmente en todo el llano, además de tres más que se dejaron en el costado que daba a la Taberna “Casa Ordóñez”, que siempre sirvieron de cobijo a un puesto de arropías que existió en ese lateral de la iglesia.

- Se “destaparon” las arcadas del pórtico (“portalón” en la jerga del barrio) dejándolo totalmente al descubierto tal como se encuentra en la actualidad. Hasta entonces había estado tapiado.

- Se delimitó la plaza con un bordillo en todo su perímetro. La parte que lindaba con el portalón tenía una especie de acerado de argamasa “dura” de no más de 0,80 metros de ancho, que lo separaba de la tierra de albero que se extendió por la plaza.

- La forma de plaza obedecía a una figura geométrica de forma periférica semejante a la actual, pero rematada en su parte más retirada del portalón (el límite del jardincito actual) por una solera de hormigón alisado sobre la que se dispuso una fuente de pilón cuadrado en mármol negro, dotada con una sola paja de agua, y que venía a sustituir a la antigua fuente situada en el centro de la plaza.

A ambos lados de esta “nueva” fuente quedaba aún espacio para dos arriates en la misma solera, donde se plantaron dos árboles que prácticamente nunca llegaron a cuajar. A su derecha, según se mira a la iglesia, estaba el registro de la llave con una nueva tapa del Ayuntamiento de Córdoba, y a su izquierda había otra caja registro, más antigua y en desuso, en donde estaría la llave de la conexión antigua, aquella que traía las aguas desde el Arroyo del Camello, en el ejido del Marrubial.

Hay que señalar que hasta los años sesenta en que la quitaron, la fuente alternó periodos de funcionamiento más o menos normal con períodos donde no salía nada de agua. Por eso, para nosotros, no era considerada tanto como una fuente para beber, sino más como un simple pilón, un poyo donde apoyarse y ver pasar el tiempo.

Así, este pilón de San Lorenzo, por su ubicación privilegiada, fue testigo de muchos hechos, conversaciones y episodios que pasaron en torno a él. Por ejemplo, eran muchos los jóvenes que se sentaban a su alrededor, esperando “recolectar algo de las bautizos” y poder ir al cine. No en balde, la mayoría de las carteleras de los cines de verano se ubicaban en torno al pilón para hacerse su propaganda.

Y por ello, en varios capítulos nos proponemos relatar algunos hechos, episodios, y personajes de los que el silencioso pilón fue testigo de primer orden.

Primero atenderemos a anécdotas que de forma simpática fueron conocidas por la mayoría de personas del barrio. Luego contaré tres casos particulares.

- Cómo olvidar aquellos “chivatazos” que daba el pilón a todas las madres que necesitaban alguna ayuda, para que acudieran a las Misas de Aniversario que la viuda del Horno Santa Elvira daba todos los años en recuerdo de su difunto marido. Allí , de forma sorprendentemente, y a pesar de la hora (ocho de la mañana), aparecían muchas mujeres que le daban el pésame a la viuda, a cambio del “duro de plata” que daba como agradecimiento.

- Igualmente, cómo olvidar aquella boda de la hija del “elegante gitano” D. Luis Reyes que, aunque vivía en la calle Manchado, quiso celebrar dicha boda en San Lorenzo, y la verdad que se portó con una clase con la que a las claras demostró que era un hombre de un corazón enorme. En aquella boda salió ganando todo el mundo, desde los sacristanes a los monaguillos, gracias a la propina que recibieron. Igualmente, en esta boda se echaron al viento cientos de “peladillas” de exquisita calidad. También, para los más desprotegidos, se echó “arrú” todo un montón de monedas, para regocijo de todos los chiquillos que a modo de “bautizo” acudimos y disfrutamos de aquella boda.

- No sería justo olvidar a aquellos puestos de melones cuyos dueños acudían al pilón para recoger agua y refrescar la primera vista de los melones. Los primeros meloneros de los que puede dar fe este pilón son el pilo rizado “Molleja” que, bien solo o a medias con uno de los “Cantillos”, formó auténticas pilas de melones. Seguidamente le sucedió un hombre de aspecto pacifico que vivía en Barrionuevo; también estuvo de melonero el cuñado del Claus que se vio injustamente involucrado en el escabroso tema del crimen del solar de la Diputación. Después se hizo cargo del puesto de melones Ernesto, que pasó luego a regentar una Taberna en la calle Abéjar. En otra parte de la plaza, junto a la calle Ruano Girón y la casa del cura, tuvo un gigantesco puesto Miguel, el hijo de Pilar y cuñado del “Fati”, hijo del famoso “Coco”.

RODRÍGUEZ “PALITOS” Y EL GUISO DE HABICHUELAS

En la Plaza de Colón discurrió buena parte de la juventud de Manuel Rodríguez “Palitos”, primo hermano de “Manolete”. “Palitos” era un intrépido empleado del Banco Santander, pero podía decirse por la prestancia que se daba que era un accionista mayoritario del banco de Botín.

En su época de juventud torera en la Plaza del Moreno, se juntaba con su primo “Manolete”, con “Cantimplas”, el “Niño Dios”, y también con sus vecinos, el “Toto”, el “Fernandi”, el “Luichi”, el “Camará”, el “Chiquilín”, y los hermanos Fernández Fogyy. Todos ellos, jovencísimos, tenían perdida la cabeza por el mundo del toro. En un principio jugaban con un carro-toro con cabeza de mimbre, y lo hacían en los bajos del Viaducto del Pretorio. Lo anecdótico del caso, según me contó Antonio Fernández Fogyy, era que en esos juegos del toro el que llevaba la voz cantante era el mencionado “Palitos”, y por ello se daba la simpática casualidad, de que el prudente “Manolete” era el que portaba casi siempre el carro-toro.

Después de sus juegos “taurinos” guardaban el carro en el taller de la carpintería Casa Pericet, que se hallaba ubicado en la misma acera en donde se encontraba la antigua Magistratura del Trabajo y la fábrica de Caramelos Kivi.

Ya casado, el amigo “Palitos” se mudó a una casa de vecinos de la calle Roelas, que se denominaba “El Picadero”. Era la casa donde vivían los hermanos Cosano, Manolín “el “Boca”, Fernando el “Nano” y el mismísimo “Maitre” del Dunia. Allí le nacieron a “Palitos” cuatro de sus hijos. Luego se mudó a una casa de dos plantas de la Barriada de Cañero.

El amigo “Palitos”, mientras vivió en San Lorenzo, alternaba con los clientes de “Casa Manolo” y continuaba con sus actividades de protagonismo, pues siempre supo sacarle “sabor” al hecho de haber sido, en su opinión, el primo preferido de “Manolete”, disputa que siempre mantuvo con el “Niño Dios”, también primo del “monstruo”, y que vivía en la casa de enfrente de la calle Roelas.

En el año 1952, por avatares de la vida, entabló amistad con Antonio Molina cuando éste todavía no había debutado y apenas era conocido en el mundo del espectáculo. Se comentó en el pilón de la fuente de San Lorenzo, por Vicente Soler, el confitero, de que se habían comido unas “habichuelas” (guisadas por él) en el patio del “Picadero”. A degustar estas habichuelas asistió lógicamente “Palitos”, en compañía de Antonio Molina, Vicente Soler, el “Chico Fortuna”, y Antonio Díaz Jaén, el dueño de la casa. Al final todos terminaron en plena sonrisa sentados junto al pilón mirando a la torre, en espera de que sonaran las campanadas del reloj.

En Córdoba permaneció varias semanas Antonio Molina, hasta que el incansable “Palitos” le consiguió su debut en Córdoba. Este acontecimiento tuvo lugar en el Gran Teatro durante el mes de Julio. Y, por cierto, tuvo que actuar con un traje que denotaba que el “muerto era mayor”… A pesar de este simpático detalle, fue tal su éxito que se puede decir que aquí empezó la gran carrera fulgurante de este artista único. El “incombustible” “Palitos” tuvo algo que ver en ello. Al mudarse al Barrio Cañero, el pilón de San Lorenzo le perdió la pista… y le echó de menos.

MANOLÍN “EL BOCA”

Manuel Rodríguez Jiménez, “el Boca”, nació en la calle Roelas, en la ya citada casa de “El Picadero”.

El “Boca” jugó en varios equipos modestos de la capital, pero principalmente en el Alcázar, Colombia y el Realejo. Los nombres de los “peloteros” que le acompañaron en estos equipos, fueron, por ejemplo: el “Chocho mea” (vaya mote), el “Cascarilla”, el “Cuello lata”, el “Beta”, el “Panza burra”, el “Muerto”, etc. Apodos que demuestran a las claras la popularidad de estas “plantillas”…

Posteriormente, el “Boca” pasó por el Córdoba, Tetuán, San Álvaro y Puente Genil. Se emparentó por casamiento con la familia del portero Miguel Reina. Retirado ya del fútbol, se dedicó al negocio de la hostelería. Primero puso una taberna en la Puerta Almodóvar, que denominó Casa Manolín (esquina a Tejón y Marín). Más tarde se quedó con el “Kiosco de la Cruz Roja” que remozó y explotó con éxito. Durante bastantes años, la cabina de “Foto-Matón” y el puesto de caracoles regentado por el “Pajero” pueden dar testimonio de lo que decimos.

A principios de los años cuarenta, cuando Manolín el “Boca” iba hacia su casa botando un balón desde los Salesianos. Al asomar por el portalón de la iglesia de San Lorenzo, le esperaba el “Cuello fuelle”, un municipal que al parecer la tenía tomada con los chavales del barrio. El citado guardia nada más verle venir le dijo, más o menos. “Tú niñato, ¿no sabes que no se puede jugar al balón por la calle? A lo que el “Boca” le contestó: “Yo vengo de los Salesianos y no estoy jugando por la calle, solamente estoy botando el balón” Como la discusión se complicaba y el guardia se empeñaba en “engancharlo”, el “Boca” que a pesar de ser prácticamente un chaval era fuerte y corpachón, en su forcejeo terminó por darle casi una bofetada al municipal, por lo que tuvo que salir corriendo para el Arroyo de San Lorenzo, a fin de despistarlo.

Con la tensión en alza pasó ese incidente. A los pocos días Pepín Sánchez Aguilera, que era entonces un chaval bastante joven, estaba encaramado encima de la acacia situada enfrente de la misma calle Roelas. Allí, como es natural, estaba comiendo “pan y panizo”, la flor de este árbol que era muy socorrida en aquellos tiempos para paliar el hambre. Estando subido en el árbol, llegó de nuevo el “Cuello fuelle” y le dijo: “Baja de ahí que te voy a detener”. Esta escena era presenciada por unos cuantos chavalotes más del barrio, entre ellos los hermanos Ampomo, hijos de una vecina de la Calle Roelas, a la que apodaban… la “Demonia”). Estos hermanos se dedicaban a las labores del campo, y haciendo honor a la fama de este gremio, eran poco habladores pero tenían un sentido de la solidaridad innato. El mayor de ellos, llamado Antonio, se dirigió al municipal diciéndole: “¿Cómo quieres que se baje el chiquillo? ¿Para que lo detengas? “Tú no te metas en esto, a ti no te importa”, le contestó el “Cuello fuelle”. Por aquellos tiempos se cundía por los barrios populares que el guardia municipal que perdía la porra “perdía toda su autoridad”. Por ello, los hermanos Ampomo, con la colaboración de uno de los “Cantillos”, por toda discusión le quitaron la porra al “Cuello fuelle” y para que no hubiera duda, a pesar de que el guardia se oponía lanzando gritos y amenazas, lo echaron al pilón de la fuente que estaba lleno. Y la “porra” se la tiraron al tejado del portalón. Todos salieron corriendo cada uno para un sitio y durante un buen tiempo el “Cuello fuelle” no apareció por la plaza, ni tan siquiera se paró ni para recoger la “porra”…

Al cabo del tiempo lo trasladaron de barrio y vino aquí un guardia al que llamaban, para no ser menos, “Cristóbal Colón”.

EL “LÁTIGO NEGRO”

Este fue el título de una película que nos gustó a muchos jóvenes de aquella época, y que fue muy bien anunciada por el “Carrillo Cartelera” del Cine “Astoria” en torno al pilón de San Lorenzo, alrededor del cual personajes como el “Gorrión”, el “Chupete”, “Pecho Paja”, el “Tormenta”, e incluso el famoso Rafael Gómez “Sandokán”, rivalizaban en anunciar sus carteleras.

Mariano era un buen hombre que vivía en el Jardín del Alpargate en casa de la “Piruta”. Era soltero y algo bebedor. Le decían “vino del pelotazo”, porque repartía vino de Casa Auro Espinosa, un bodegón que estaba situado en la misma casa en donde vivía la “Saga de los Gatos”. Posiblemente por las propiedades “laxantes” del susodicho vino, el simpático Manolo el “Sorna” le puso ese mote.

Mariano ejerció durante un tiempo de albañil, pero tuvo que dejar el oficio ante la falta de trabajo, por lo que colaboraba en el reparto de vino del citado “bodegón”, en al modalidad de “garrafa al hombro”. Era querido en el barrio, y aparte de sus “tajadas”, no se metía con nadie. En la Semana Santa, eran famosos sus gritos y vivas al “Esparraguero” y, ya puestos, a la mismísima Guardia Civil.

Una tarde, a últimos de los cincuenta, se encontraba sentado en el pilón de la fuente de San Lorenzo, acompañado por el “Leyes” que tenía el puesto de “arropías” en la puerta de “Casa Manolo”. Al parecer estaba algo “colocado” cuando vio salir un ceremonioso entierro que presidía, el cura, Don Juan Novo, que por aquellos tiempos gozaba de cierta fama de simpatía en el barrio. Empezaron las campanas a doblar para anunciar la salida del funeral y se hizo un silencio total en la plaza. Al pasar la comitiva en dirección al Cementerio sonó una voz de estruendo: ¡VIVA EL LÁTIGO NEGRO! El grito lo había lanzado el bueno de Mariano, en clara alusión al cura Novo. Faltó poco para que hasta el pobre muerto arrancara a reír.

No cabe duda de que el bueno de Mariano desconocía que lo de “Látigo Negro” era un apodo “peyorativo” que le había puesto Antonia Aguilera, como réplica a aquel cura que nada más llegar a San Lorenzo se creyó el dueño del mundo. Lo mismo te despachaba de la iglesia, que entraba en tu casa y reclamaba las macetas para su Cruz de Mayo, que incluso te llamaba la atención públicamente. De su carácter exigente pueden dar fe los miembros de la directiva de la Hermandad de Ánimas, en su mayoría pertenecientes al “Grupo Cántico”, que hubieron de abandonar la Hermandad. Hasta el sacristán mayor de la Parroquia, Antonio Ruiz Rubio, se vio obligado a abandonar el puesto que ostentaba desde hacía mucho tiempo. Este episodio lo dejó escrito en un incunable del Archivo Parroquial, donde expresa su opinión sobre el “personaje”.

Preguntamos en su día a la simpática Antonia Aguilera el porqué de ese apodo del “Látigo Negro”, y nos dijo que solamente era por su carácter autoritario e inapelable, todo ello envuelto en esa enorme estatura, toda vestida de negro, y montada en bicicleta como era frecuente verle por el barrio. No cabe duda de que la actualidad de la película “El Látigo Negro” por aquellas épocas vino como anillo al dedo para dicho apodo.

No obstante, a pesar del éxito del “Látigo Negro” sin duda la película “estrella” de aquellos tiempos fue la “Herida Luminosa” que batió todos los niveles de taquilla que jamás tuvo o volvió a tener aquel sencillo Cine “Astoria”, en cuya cabina de proyección trabajaba el simpático “Chato Zamorano”, pariente de la “Talegona”. Para ver esta película, vino a San Lorenzo gente de todos los lugares de Córdoba…